domingo, 6 de julio de 2014

ANIMALICOS

Creo que ya no puedo decir que no me gustan los animales. Los hechos me desmienten cada día. Siento decir que son muchos los que pasaron por mi vida, que fueron muy queridos a pesar de su muerte. ¿Recordáis los pollitos de colores que nos regalaban de pequeños? Yo viajé con uno en un tren a Barcelona. Murió de cariño, cuando llegó el invierno lo metí un día conmigo en la cama y recuerdo un poco entre sueños que no quería estar allí y yo le decía: “Ven, ven, aquí quietecito, quietecito…

Más tieso que la mojama despertó, pero yo lo puse corriendo en su caja y le dije a mi madre que se había muerto de frío. Muchas fueron la veces que la Rafaela me advirtió de que lo asfixiaría.

A mi madre también le gustan mucho los animales, a pesar de que lo niega constantemente. Ayer me contó que su marrana preferida, la madre de la Vacarisa original, pesaba doscientos kilos. Dicen que los marranos son violentos, pues ella confirma que jamás le hizo un mal gesto, que le pinchaba detrás de las orejas sus medicamentos, que agradecía su presencia en los partos, que eran pezuña y madre.

Ya no puedo negarlo, me gustan los animales. Lo se porque no me importa limpiarles el agua todas las mañanas como hacía con mi tortuga Tortu. Dicen que es de una raza muy agresiva, pero que yo, por curiosidad, todos los días le acercaba el dedo a la boca, de forma cansina e insistente, como todo lo que suelo hacer, ya mis amigos me conocen y me perdonan, saben que no puedo evitarlo.

Bueno pues un día, en lugar de esconderse, comenzó a estirar el cuello para que la acariciara y desde entonces nuestra unión se hizo fuerte, hasta el divorcio claro, la tortuga no era mía.

Yo no podía soportar ver una sola mierda en su agua, ella me adoraba, me perseguía por su recinto y subía por un tronco que tenía para ver como me lavaba los dientes. Yo la bañaba, le daba tiras de salchicha por el agua corriendo para que cazara, en fin, éramos felices, no me costaba cuidarla, no me daba cuenta de que lo hacía.

Así, pasaron Lito, el pollito y Llina la gallina, la liebre Berta… muchos animalicos que siempre recibían mis quejas e insultos para negar, lo evidente, que ellos me conquistaban a mi sin querer.


A mi Vacarisa y le he dicho que ese lomo que tiene entre las cejas algún día será mío. Se ríe, sabe que no voy en serio… pero a sus hijos me los como. Ayer la llevé a su casa. Sentí la sensación de que estaba poniendo la primera piedra de mi gran proyecto, construir un espacio donde humanos y animales convivan con las plantas que sembremos para nuestra alimentación. Un lugar mágico, libre totalmente de cemento, lo menos parecido a una casa humana de las que hoy se hace la gente en el campo. Un sitio que reactive almas, que haga volver a la infancia, a otros tiempos de candil y palangana, de escasez y miseria, otros tiempos que para muchos como yo, fueron muy felices.



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