domingo, 25 de octubre de 2020

RECORTES NO

He conocido a una persona que dice que me quiere, que dice que soy un encanto, que lo pongo a mil… y yo no hago nada más que ser yo. Le cuento muchas cosas mías malas, le canto desde el principio para espantarlo pronto y no perder tiempo ni sentimientos.

Consigo todo lo contrario.

Su valoración es distinta y no lo entiendo.

Es más pesado que mi gato Moriarti que ya es decir, ya está aquí otra vez, ni me puedo sentar para escribir sin que me clave sus uñitas despacito mirándome a los ojos.

Él también es sorprendente, aunque no lo sabe, se oculta porque es más inteligente que yo.

Me habla de muchas cosas y no repite. Tiene mejor memoria que yo y muchas cosas que contar. Me gusta escucharle y me sorprende porque lleva mucho tiempo hablando y tengo la sensación de que solo he descubierto el azúcar de la magdalena.

No me provoca poesías a los tres días porque simplemente estoy en modo ahorro energía, esperando que llegue el momento en que empiece a recortarme las puntas, a limar mis asperezas, a tender los trapos al sol, a mostrarme mis partes feas para que aprenda y mejore.

Esperando estoy a que meta la pata para desaparecer, pero no hay manera. Me dice: piénsatelo. Y pienso, y espero, y esperando comienzo de nuevo a descubrir.

Releo la larga lista de cosas malas que van a pasar, deduzco por premisas de otras experiencias que después viene lo siguiente, pero siempre me sorprende. 

No, viene otra cosa que no es igual a la anterior y ni mucho menos lo que se esperaba. Todo esto me hace seguir investigando, gracias a la curiosidad que tengo por la humanidad en general y a mi exceso de tiempo libre.

Si, ahora trabajo poco dentro y fuera de la casa, me queda un poquito de obra, pero poca cosa. No escribo, no salgo por el asunto del virus, no voy a mi campo, no estoy acostumbrada a tanto pensar.

En el último tercio estoy, con la sensación de que este no tendrá nada que ver con los anteriores. Solo espero que me acompañe la salud o venga por mí la muerte, pero me huelo que voy a divertirme lo que me queda de vida.

No me quiero ni acordar de las personas que no son conscientes de que la vida se acaba desde el momento que empieza. Estas que están frustradas por asuntos de un día, cuando la vida es de muchos días juntos. Personas que valoran su felicidad con cosas materiales, con triunfos o fracasos en el exterior de su cuerpo, cuando lo verdaderamente importante ocurre en tu interior, cuando creces tú, no tu patrimonio.

A mi me gusta crecer pero no limar, no recortar, no pulir. Si algo no me gusta, lo guardo en mi interior y lo recubro con otra costra de cosas nuevas, pero me duele perder nada de mi persona, porque al final, es lo único que me puedo llevar a la tumba.

Si hay que sanear se sanea, lo sé. A veces es mejor una retirada a tiempo, pero soy de esas personas a la que no le importan los cepazos, los morados y los daños, me gusta dar un triple salto mortal para cruzar por el paso de peatones. 

Cada señal en mi cuerpo es un recuerdo de un intento más por cambiar mi interior. Me gusta eso: cambiar, crecer, aprender... pero no recortar que duele, ni las puntas.

sábado, 24 de octubre de 2020

PERDEDORES

Los que llevamos toda la vida perdiendo, no sabemos la suerte que tenemos. Perdemos al marido, perdemos muchas amistades indeseables, perdemos el poder adquisitivo y por supuesto la virginidad.

Perdemos tantas veces que nos encanta la vida que llevamos, porque solo nos queda lo que nunca se puede perder.

No se puede perder a uno mismo, y eso es un problema si no te gustas, es difícil perderte de vista.

Sabes que nadie te busca, que nadie comparte, que no te quieren y que a tus amistades solo las encuentras en los bares o ni eso. No sabes porque siendo tan maravilloso el resto te rechaza.

¡Coño, porque somos todos unos los perdedores!

Llegas a tu casa limpia y decorada, con todo lo que se puede adquirir con un buen sueldo y te paras a pensar y no sabes por qué pero te falta algo. Nadie te escribe, nadie te dice te quiero, nadie te echa de menos. Nadie te invita a su casa. No va nadie a la tuya.

Entonces ves a una perdedora nata, que canta como loca en el trabajo, que se alegra cada vez que le cuentan una conquista amorosa y se entristece sin tener porqué, aunque no sea suya la pérdida.

Te preguntas porqué es tan feliz a pesar de los pesares, porqué siendo tan caballona atrae de esa manera a los hombres, porqué siendo tan bruta, cantando tan malamente y siendo como es una gran perdedora, tiene siempre un montón de gente a su lado.

Te responderé querida, porque miro atrás y me gusto, miro hacia adelante y les gusto, las perdedoras con eso tenemos bastante. 

Siempre jugamos a ganar, porque algo tenemos que conseguir. Compramos a diario, productos frescos y a buen precio, no nos comemos las latas caducadas, solo los yogures.

Cuidamos lo que tenemos, porque si no lo hemos perdido es por algo.

Pena me dan los que llegan a viejos sin perder nada, teniéndolo todo, con una vida perfecta. 

Son los que nunca han estado malos, no han faltado jamás a su trabajo, normal, no tienen nada más que eso. Aparentemente su vida es perfecta, que otra cosa les puede quedar por hacer sino aparentar.

Tienen maridos maravillosos con los que se llevan muy bien y follan a diario, un trabajo donde se les valora como ganadores o ganadoras, sus amistades son “celebritis”, los perdedores no los soportamos.

No saben lo que es compartir una pena con otro, una enfermedad o un fin de mes apretado.

Que suerte tienen de tenerse a ellos, siempre que no se miren mucho.

Nadie les cuenta nada, porque sabemos que están bien. Tan bien están que no queremos que se enteren de nuestras pérdidas, nos da vergüenza.

Los perdedores nos juntamos con otros perdedores que a nuestras barbacoas traen productos frescos también, para echar a la lumbre, pacharán de Rute, patatas al oli oli y experimentos de cocina hechos con sobras.

Yo, perdedora soy, esperando estoy que pase lo del virus porque solo quiero que la ola que surja de la última chimeneíta de mi casa, me conduzca vencida hasta la siguiente.





martes, 20 de octubre de 2020

MERCENARIOS

Hoy he tenido pesadillas muy lúcidas, las recuerdo bien. En el mundo existen muchas clases de personas, respetables todas, pero debemos temer solo a las que no tienen nada que perder. 

Siempre he dicho eso de,  no tengo nada que perder, pero es mentira cochina. Tengo tantas cosas que me arrancaría el alma perder que cuando se refieren un simple empleo, dinero, objetos materiales… me da risa nerviosa. ¡And ya!

Un buen mercenario o mercenaria, no tiene amigos del alma, solo de copas, no tiene hijos ni nietos y si los tiene están lejos, no tiene amantes, solo follamigos, no tiene ratos agradables si no tiene dinero. Solo el dinero puede darle un poco de felicidad. 

Esos por dinero dañan, no tienen otra cosa. 

¿Van a intentar hacer amigos? 

Que va, no pueden, y los que tienen son de pago. 

Cuando les quitas su razón de vivir, el dinero, no tienen nada más que perder. Tampoco tienen nada ni nadie en quien apoyarse, pobrecitos. Solo se apoyan entre ellos, siempre y cuando no peligre su presa, son lobos. 

Me considero muy in: inoxidable, incorruptible, inolvidable, incombustible… pero sobre todo soy invencible.

El miércoles me dijo una amiga del alma:

-          Mañana nos va a pasar algo bueno.

Al día siguiente pasó una cosa muy mala según su valoración que para mí va a ser y será buenísima. Nos trae por la calle de la amargura, tenemos pesadillas, nos pincha el cora y hasta el apetito sexual se nos ha quitado. No, no, no, eso nunca, a mí no, a mí no, a mí no. Miento.

Esa cosa mala, solo mala, no muy, muy, muy mala, como pudiera ser enfermedad mortal o casi, nos ha hecho hablar más que nunca y nos ha unido a otras personas que también eran ignoradas hasta el momento.

Yo le digo chocha, que me dejes, cántame una de los Bee Gees. Y ella, con la voz de su experiencia, me dice de todo.

A mi me encanta, porque me hace casito, lo que me preocupa enormemente, es cuando no habla. Cuando no habla, algo pasa.

Así que fíjate, esa cosa mala, mala, mala, o medio mala, yo con mi barita mágica la hice buena, o por lo menos la neutralicé.

Cuando pienso el montón de cosas que la gente valora como malas que para mí han sido maravillosas: mi divorcio, mis momentos de locura transitoria, mis noches sin dormir escribiendo, mis viajes improvisados, mis amistades especiales… tantas cosas que los razonables, los aburridos de la vida pensarían que son malas y que para mí han sido maravillosas, y que hoy, como todos los días de mi vida, me despierto recordando con una sonrisa.

Tengo la casa patas arriba, para coser un tatami con piezas recicladas de una tapicería que me guardé de otra cosa, obra, obra y más obra. Para empezar, tendría que pintar la puerta, fregar las escaleras, limpiar polvo y coser. Lavadoras, fregotear los sofás de abajo, poner fundas, hacer un estofado…

¿Pero sabéis lo que voy a hacer hoy? Disfrutar de la vida.

Apreciar que mi hijo con casi dieciocho, todavía se mete conmigo en la cama, culito con culito:

-           ¡Ay mami! ¡Cuándo voy a tener novia otra vez!

Que mi gatito no me deja en paz, escribo con su cabeza apoyada en mi brazo, que mis niñas son maravillosas, que vuelvo a estar enamorada,  que tengo amigos y amigas de verdad, unos vivos y otros muertos, pero todos me ayudan a convertir cualquier cosa mala en menos mala. Porque, aunque te pase una cosa regulera, si no tienes cobijo, si no te aman, si no te abrazan, la cosa se convierte en mala malísima. 

Cuando uno es un mercenario o mercenaria, se mueren tus familiares directos con el paso de los años y solo te queda lo que se paga con dinero. Alguien habrá que se deje querer, que se deje invitar, que se deje mantener. Solos en la vida totalmente nunca están, porque si les queda dinero, alguien habrá que tenga necesidad. 

sábado, 10 de octubre de 2020

VENGO DE COMPRAR


 Mi niño desesperado, vale, cada día voy a peor. 

Si, lo reconozco, soy una obsesionada. Desde que hice aquella película en el año noventa y seis, donde todo el mundo, manipulado por la autoridad competente, se comportaba de forma extraña y beneficiosa para el ecosistema,  no he dejado de hacer lo mismo.

Cuando compro un pollo, lo miro y lo requetemiro, y lo vuelvo a mirar. No quiero que tenga golpes porque ese pollo estaba vivo cuando los recibió. No quiero que esté envuelto en plástico, por lo que busco la tienda de mi barrio que me lo da en papel de estraza de toda la vida. Por si algunos no sabéis cual es, es ese que lleva una película miserable de plástico y un poco de papel con el logo de la tiendecilla. 

Si me veo en apuros compro de los que vienen en bolsa solo, que como suele tener muchos dibujos amarillos por fuera, no puedo ver los golpes que recibió el animal antes de morir.

Vale, bien. Eso se traduce en una madre rebuscando entre los pollos, y tú con toda la vergüenza del mundo te vas a otras estanterías para que no te reconozca nadie. Al final no compra y dice: 

- Tengo pollo congelado de la bodeguita.  

Tengo mala suerte, un amigo trabajando en una fábrica de pollos, el pollero lo llamo.

Si en su defecto no me queda más remedio que comprar envuelto en plástico, pues intento que sea lo mínimo, pero lo que ya no aguanto es comprar más gramos de plástico que de contenido.

Si voy con mis bolsas, ya no me miran como tiempo atrás. Si llevo las cosas en las manos antes de admitir que no puedo hacerlo, pues piensan que soy muy rácana, que es por los cinco céntimos.

Ahora puede parecer moderno e incluso bien vista mi obsesión, pero en el año noventa y seis, cuando mis vecinos me decían que ya no tenía que salvar al mundo, y yo les decía que lo siento, con ojos de burro, pero que yo sigo reciclando y que ellos mezclen todo lo mío cuando llegue a la planta, que ojos que no ven corazón que no siente, y que me dejen en paz, ejerciendo la violencia contra el mobiliario urbano, porque a ver porque a mí me tienen que decir lo que tengo que hacer y cuantos hijos debo de tener: 

- ¡Qué suerte, la parejita, no tengas más!

¡Me provocan! 

Bueno pues ya está, no logré desempatar como algunos ya sabéis. 

Una vez que el plástico entra en casa ya no puedo hacer otra cosa. Lo mismo que en el super, lo miro, lo requetemiro y lo vuelvo a mirar. Tengo a la vista un puf de lanas recicladas relleno de relleno de los ordenadores, un campo lleno de ruedas, una bolsa con papel de la trituradora... que sí, que lo sé, que lo mío no es normal, es obsesión.

Pero es que me hace feliz. Bien, de acuerdo, lo admito. Me hace feliz regalar una cosa que no vale nada, solo es basura, esfuerzo y tiempo.  Vale de acuerdo, me alegra regalar botes de cristal reutilizados y llenos de vida. Solo utilizo los potos de toda la vida que no se mueren ni a tiros.

A ver, no sé, porqué soy y seré, una obsesiva compulsiva, que tiene un gato callejero más pesado que las moscas, azulejos en su cocina de los años sesenta, una mesa de tirar, cajoneras de tirar, un sofá que tiró alguien, una cocina reutilizada, tabiques con trozos de tabiques… y así todo, menos el colchón.

A ver, que culpa tengo yo, si me cuesta tirar las cáscaras de los mejillones, le añado a las sobras de los bichos, bechamel, angulas falsas y carne de cangrejo y me salen unos tigres maravillosos. Aclaro que nunca jamás compré pan rallado, que hago yo si no puedo tirar un mendrugo de pan.

Joder, que si, que me metas en un bote con formol cuando me muera y dejes mis sesos en un laboratorio con otros  individuos extraños de la naturaleza. 

Eso cuando me muera, que de momento, si no te gusta, te meto un meco que no lo cuentas.

Solo puedes huir, o quedarte y sufrir.

Que ya sabes que yo por las buenas, lo que quieras, pero como me vea en peligro, soy cerda.


martes, 6 de octubre de 2020

¿CERDA O CUERDA?

 Soy cerda.

En el horóscopo chino, cerda.

Admiro su fuerza, lo que son capaces de hacer con el hocico, su falta de modales a la hora de comer, su poder de escapismo tan impresionante, capaces de romper hormigón y alambre con los dientes, su insistencia… Soy cerda, estoy buena hasta después de muerta.

Tiene que ser duro ver como pasan los años por tu cuerpo y envejeces a pesar de tus cuidados y luego una cerda, que en la vida se ha peinado, que come sobras y vive libre por el monte, todavía hoy en día esté tan buena.

¡SABROSURA!

Se aprovecha todo de ella y es imposible conseguir que haga algo que no quiera hacer, la cerda digo, vamos, ambas dos.

¿Alguien ha probado a hacerle daño a una cerda solo? ¿sin armas?

Bueno, todos conocemos la poesía de Gloria Fuertes, la del oso. 

¿Tú no? Pues la buscas.  

Una cerda por las buenas puede ser llevada de la mano de una niña de seis años te lo puedo asegurar, y haría lo que fuera por amor, pero no le pidas que haga algo a malas, porque es una cerda, es capaz de embestir contra porcelana, aunque le cueste la vida.

Somos ratas gigantes, con un pelo muy desagradable al tacto, corteza para protegernos de las puñaladas, pero una piel detrás de las orejas que engancha. Nadie sabe que una cerda tiene esa piel, porque hay que saber dónde tocar.

Y luego están los otros, los no cerdo, los cuerdos. Respetos al máximo a los que sean preciosos de nacimiento, a los que sean perfectos y sobre todo, a las buenas personas. Las buenas personas que lo dicen muchas veces, para que nadie se olvide que son buenas personas. Esas, que continuamente ponen caras de buenas personas, que me miran y dicen:

-          Hay que ver con lo buena persona que soy.

Pues mira no. Sin ningún criterio:

-          Tú no.

Somos agua y aceite. Nosotros siempre seremos los que somos y ellos los que juzgan. Por eso, cuando un cerdo madura, calla, por si viene San Martín. 

Podríamos crear una escuela de cerdos que nos enseñara desde pequeños a esquivar las balas: si te preguntan esto, tienes que contestar esto…

En un mundo dominado por ellos, los pocos que quedamos debemos pasar desapercibidos.

Pero claro, esto, con lo que nos gusta a nosotros llamara la atención, es imposible. Para cuando tienes edad para comprender ya te han pillado. Con el paso del tiempo te das cuenta de que hablan a tus espaldas, máximo si no pueden contar con tu cercanía.

Porque si algo tenemos nosotros es mucho amor, mucho humor, mucho arte y mucha imaginación. Somos muy cerdos entre nosotros, y eso, cuando no se tiene, se envidia.

Comemos cualquier cosa, con el paladar adecuado, el tiempo necesario para degustarlo no tiene comparación con un menú degustación en un gran restaurante.

Solo queremos cerdos en nuestra vida, excluidos todos los demás. 

¡NO LO ENTIENDEN! ¡CON LO BUENAS PERSONAS QUE SON!

No tenemos problema, sabemos vivir solos en nuestro mundo, así que preferimos no ser aceptados por vosotros y ni mucho menos que nos igualéis, porque para eso tendríamos que rebajarnos mucho. Por si no lo sabes, los cerdos por carácter somos altivos, somos ágiles y no nos vemos para nada gordos como vosotros nos veis.

Vuestro objetivo es normalizar, unificar, igualar. Todos los que seamos extraordinarios, para ellos han de ser reducados y reinsertados.

Son buenas personas, pero tienen malafollá y eso se lleva muy mal, mucho peor que no tener sexo.

Solo sirven para imprimirnos fuerza, la que tenemos se la debemos, porque todo el tiempo tenemos que empujar en contra y eso nos hace resistentes.

¡Lo siento tanto! ¡De verdad qué me das lástima!

No te falta de nada, pero no te aman. No eres más que un simple cuerdo. Nadie se alegra de verte tanto como de nosotros, aunque a veces nos esquiven por falta de tiempo. Los cerdos dosificamos nuestra presencia, cada vez más que vamos para viejos, nos gusta estar al lado de los nuestros.

Cada vez os soportamos menos

¿Al final, quien te recordará? Tu papel es solo el de mantener el orden.

Yo voy a soñar toda la vida con un mundo donde seamos mayoría.

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