domingo, 10 de enero de 2016

SR.VIVÓ: LENGÜETAZO CUATRO

Yo siempre fui el mayor, no solo por nacer veinticinco minutos antes que Javier, sino porque aunque parezcamos iguales, los gemelos idénticos también tenemos nuestra propia personalidad, yo era el más responsable ya desde pequeños.

Recuerdo en una ocasión, antes de ser internados en el colegio,  que se hacía tarde y yo le pedía a mi hermano que volviéramos a casa. Siempre quería un poco más. Siempre era él el que nos metía en líos. Me marché enfadado y lo dejé en el parque. Cuando había andado solo un par de calles, tuve un presentimiento y eché a correr de vuelta a su encuentro. Efectivamente le estaban pegando. Al verme se sintió salvado y se creció. Juntos éramos invencibles. Podíamos con todos y con todo. Sorprendíamos al enemigo con nuestro parecido, lo desconcertábamos. Solos nos encontrábamos perdidos pero juntos nos envalentonábamos e incluso nos poníamos chulillos.

¡Me los imagino!

En el colegio nos defendíamos siempre. Todos tenían cuidado de meterse con nosotros porque sabían que éramos dos. No es lo mismo ser dos amigos, incluso ser dos hermanos que ser, nosotros dos. ¡Eh! ¡Cuidado, qué vienen los Vivó!

Compartíamos todo, hasta los castigos. Una vez recuerdo que nos castigaron sin recreo. Supongo que sería a Javier que siempre era el más rebelde. El caso es que nos pusieron tres meses castigados sin jugar en el patio, contra una pared de piedra. Unas veces se ponía él otras yo.

Mi hermano y yo, imaginaros, siempre unidos, desde nuestro nacimiento. De bebés éramos tan iguales que las hermanas discutían porque cada una tenía uno a su cargo y recuerdo que mi hermana Esther me contaba que al principio se enfadaban porque se había cagado uno y la otra decía que era el suyo, mientras Delia le replicaba que no, que el suyo estaba limpio.

Pronto descubrirían un detalle en nosotros que nos diferenciaba. La nuca. Uno de nosotros tenía un remolino en el cogote y el otro dos. No sé muy bien quien tenía uno o dos, pero si que las hermanas a partir de ese momento no volvieron a discutir y cada una sabía bien quién era el suyo.

Todos los males nos sucedían a la vez. Las enfermedades nos atacaban a los dos de igual forma. Se nos caían los dientes al mismo tiempo y el mismo diente. Recuerdo que una vez, uno de nosotros pegó un melonazo en el escenario donde trabajaban mis padres y se hizo una brecha en toda la frete. Todos se reían y nos decían que ahora si que iban a distinguirnos. No pasaron muchos días cuando el otro, se pegó otro golpetazo y se abrió una brecha igual de grande en el mismo sitio.  

Al salir del colegio encontramos trabajo con los oficios que aprendimos allí. Yo era tornero y mi hermano electricista. Lo que pasa que como éramos tan jóvenes, no nos pagaban casi nada, nos daban trabajos de poca monda, barrer el taller, hacer recados, pero no nos dejaban tocar las máquinas. Alguien de nuestra edad, estaba contento con ese dinerillo para aportar en casa y tener algún capricho, pero nosotros teníamos que pagar alojamiento y comida, no teníamos familia.

Las cuentas eran cosa mía, las compras, el manejo del dinero, el que buscaba cobijo para dormir, el que ingeniaba artimañas para sobrevivir, era yo. Él confiaba en mí plenamente. Todos los días comíamos lo mismo, lo más barato. Garbanzos que cocíamos a medio día y que por la noche hacíamos sopa con el caldo. Una hogaza de pan que nos tenía que durar toda la semana y carne de membrillo. Comer y cenar, solo nos daba para comer y cenar. Así nos alimentábamos después de un duro día de trabajo. Os podéis imaginar el hambre que teníamos, enquistada en nuestros cerebros y nuestros cuerpos.

Lampando. Yo si puedo imaginarlo, porque sé el hambre que da hacer esfuerzos físicos trabajando en mi barco, salgo de allí lampando. Otros lo sabrán por el gimnasio, o por las rutas de senderismo de alta montaña, también por los nuevos empleos de media jornada, de doce horas por seiscientos euros. No quiero ni pensar si al llegar a casa no tengo la nevera llena, ni pan y aceite en la lacena. No quiero imaginar si se me apaga el móvil que haría, si no me arranca la tablet ni el ordenador, si me cortan la luz, si la compañía telefónica no me manda a tiempo el nuevo terminal y me quedo sin línea… ¡Qué ansiedad!

Javier empezó a fumar nada más salir del colegio, es más, ya lo hacía dentro. Recogía colillas para liarlas en cigarrillos y así iba siempre recopilando. A mí me daba pena y con el presupuesto de comida, conseguía ahorrar de aquí y allí y darle la sorpresa con un paquete de tabaco de vez en cuando. No tardé mucho en imitarlo, un año después empecé a fumar yo también.

Dormíamos en un colchón para los dos, en una buhardilla desde la que veíamos las estrellas. Te aseguro que en invierno y en León, no es nada romántico ver el cielo a través de las tejas rotas de aquel sitio. Mi hermano hizo una especie de brasero que conectó a los cables de aquella casa sin que nadie se diera cuenta. De algo tenía que servir la profesión que estudiamos con los curas.

No podíamos sobrevivir con tan poco dinero y lo dejamos para trabajar en la construcción, que se ganaba más. Recuerdo que lloraba en invierno mientras manipulaba los azulejos y ladrilos para mojarlos, Había que romper el hielo para llegar al agua.
Los oficiales me gritaban pidiéndome material, me dolían tanto las manos, que lloraba mientras trabajaba con ese dolor. Los compañeros se reían cariñosamente y me consolaban un poco. 

Cuando llegaban las nevadas fuertes y tenías que parar en la obra por las heladas, no se podía hacer hormigón porque se congelaba el agua y se rompía, yo me iba a comprar pan y lo repartía por las casas, para las  mujeres que no querían salir con la nieve y el frío. 
No podías parar de trabajar un día, eso significaba hambre hasta que volvieras al trabajo.

Así sobrevivimos un año en león. Éramos felices a nuestra manera aunque teníamos claro que había que salir de allí para poder prosperar un poco, comer todos los días y dormir en un lugar cálido.

Decidimos largarnos de allí. Pedimos adelantada una semana de sueldo en la obra. Fuimos al obispado y les hablamos de lo mal que lo estábamos pasando, de que éramos huérfanos adoptados por la iglesia, de todas las fatigas que habíamos pasado en el colegio y aquel cura nos dio quinientas pesetas y un saco de patatas. Nos acompañó también a comprar ropa para que la pagáramos a plazos,  en caso contrario respondían los curas.


Respondieron los curas, vendimos las patatas y compramos un billete de tren para La Coruña. 


Miguel Vivó, 19 años, el día de su boda.

sábado, 9 de enero de 2016

SR.VIVÓ: LENGÜETAZO TRES

Durante los ocho años que pasamos en el colegio de San Cayetano, siempre que me llamaban por el altavoz, tenía la esperanza de que fuera mi madre o algún familiar que venía a sacarnos de allí. Nunca nadie vino a visitarnos. Ni en navidad, ni para vacaciones… nunca.

Aquella mañana al escuchar mi nombre me llevé un sobresalto y corrí a la dirección a ver que ocurría. Como siempre, nada bueno. Nunca jamás una carta, una buena noticia, una sorpresa…  siempre lo mismo, regaños, castigos y golpes.

Ese día fue lo peor que recuerdo, porque no me lo hacían a mí. Nada más entrar en el despacho veo como el padre Vicente le propina una bofetada a mi hermano que le hace tambalearse de la silla. Estaba sentado para facilitar su castigo. Mi hermano ya tenía doce años y los padres se agotaban si tenían que soltar bofetadas tan altas. De esta manera, descargaban el peso de sus brazos con más brío y soltura. 

No estaba atado ni nada de eso, no era necesario. Sabíamos que si poníamos las manos en nuestra defensa, si intentábamos correr, si nos movíamos de la silla… despertaríamos la ira de nuestros represores y la paliza sería aún mayor.

Estaba rapado al cero, con las manos en la espalda, llorando y gimiendo, pero sin molestar mucho a los padres. Al verme entrar en el despacho abrió los ojos con sorpresa y miedo, porque sabía que a mí me iban a hacer lo mismo. Mi hermano negaba una y otra vez con desesperación, que yo estuviera implicado en los hechos. Gritó, suplicó, que no me hicieran nada, que yo no sabía nada.

El crimen del que se le acusaba, era el de banda organizada. Entre varios compañeros, planificaban asaltos a la cocina, para substraer alimentos sobre todo para los más enfermos o los que habían sido castigados sin comer, en algunos casos varios días.

Bajo el escenario del salón de actos, se reunían a oscuras para planificar los robos, iluminados por una pequeña vela.

Se la olvidaron allí y los pillaron.

Pretendían sonsacar a mi hermano, quienes eran el resto de los implicados. No consiguieron nada. Tres curas corpulentos, bien alimentados, se ensañaron con mi hermano delante de mí. Estuvieron preguntándole y pegándole durante más de una hora, que a mí se me hicieron siglos. Me hubiera gustado estar en su lugar antes que viéndolo.

Entre risas y comentarios de reproche por sus llantos, se burlaban de lo delgado que estaba, de lo mal que aguantaba los golpes, de lo llorica que era. El padre Vicente le rompió el palo de una escoba en la cabeza. Contrariado lo insultaba por tenerla tan dura que se había roto su escoba. Mientras, a las órdenes del director, Fray Ramón, al que llamábamos el pelachopos por lo alto que era, le apretaba del cuello hasta dejarlo casi muerto.

Le dieron una paliza de tan fuerte que perdió el conocimiento varias veces. Se tomaban su tiempo, si había que esperar a que despertara y seguir, lo hacían. Así hasta que se cansaban.  Era difícil teniendo en cuenta que eran tres. Mi hermano solo un niño indefenso de doce años que apenas contaba con treinta kilos.

Cuando salimos de allí, nuestra imagen era la más parecida a un preso de un campo de concentración. Aquella experiencia nos hizo tan fuertes que pensábamos que podíamos vencer cualquier escoyo, incluso a la muerte.

Para comprender el porqué de mi forma de vida, hay que conocer esta parte. Fui preso con tan solo siete años, ahora mi tesoro más grande, es mi libertad.

Al terminar me ordenaron que lo llevara a la enfermería. Tenía sangre por todas partes, no podía abrir un ojo y el otro apenas. Se agarraba con dolor un brazo, llevaba roto algo seguro, caminaba apoyado en mí, apenas podía caminar.  

Al salir del despacho, otro compañero casi se desmaya al verlo, sabedor de que él era el siguiente. Mi hermano lo miró y le dijo:

-          Si dices algo, yo mismo te daré una paliza igual. 

No dijeron nada ninguno y ahí terminó todo.

Así pasaban los días, las semanas, los meses y los años en aquel lugar. El hambre y el frio era nuestro compañero, los padres se gastaban el dinero en cosas personales, en alimentos y caprichos para ellos, en lugar de comprar carbón para la calefacción o comida en abundancia para nosotros.

Como sería el hambre que llevábamos siempre en el cuerpo, que si alguna tarde nos sacaban a pasear fuera de nuestro recinto y nos encontrábamos una mondadura de plátano, o cualquier cosa comestible, difícil de ver en aquellos tiempos, nos tirábamos a por ella desesperados e incluso provocaba peleas por conseguir aquel manjar.

Ellos se reían, se mofaban.  Volcaban su odio en nosotros con tanta virulencia que nadie podía ni imaginar. Cómo serían de malos aquellos curas de la Orden de los Terciarios Capuchinos, que Franco los exilió a Argentina en el 65, después de una década negra de abusos a los menores que supuestamente educaban. Nosotros vivimos bajo su yugo ocho años.

Las palizas, el hambre, el dolor y como no, los abusos sexuales, era para nosotros un tributo a pagar por vivir. Éramos huérfanos de los rojos, despojos, abandonos, y en nuestro caso, al saber nuestro nombre cuando nos encontraron y localizar a mi madre, éramos todavía más despreciados. Hijos de mala madre. 

A los recién nacidos, los criaban como hijos suyos, y aunque llevaban la misma vida que nosotros, eran mejor mirados. Pero nosotros éramos un escalafón más bajo aún en aquella sociedad.

Nuestra familia en cambio, pensaba que estábamos bien. Allí nos daban alimentos y una educación. 

Aprendimos muchas cosas. Cuando llegamos al colegio no sabíamos nada. Se reían de nosotros porque con cinco años los niños allí ya sabían leer y hacer cuentas, nosotros nada absolutamente. Pero pronto callamos todas las bocas y nos hicimos muy aplicados. Adelantamos  incluso  a los que llevaban años leyendo.

Tengo también buenos recuerdos, sobre todo de los compañeros. Las salidas al río, la camaradería. Estrenamos prácticamente el orfelinato. Entramos en septiembre y en mayo cumplimos los ocho años. Con dieciséis nos echaron de allí porque teníamos familia reconocida. A los huérfanos sin nombre, los dejaban hasta los veintiuno.


Al pisar la calle por primera vez ya libres, el sentimiento de euforia por la libertad obtenida, duró poco. Nos miramos al momento pensando, qué cenaríamos y donde dormiríamos esa noche. 

Teníamos miedo,éramos unos niños, pero estábamos juntos y nunca nos sentiríamos solos en esta vida. 


En la última fila el primero por la izquierda Javier Vivó, en la fila de abajo el primeo por la izquierda tambie Miguel Vivó poco antes de cumplir los dieciseis y salir libres.

BIBLIOGRAFÍA

Miguel era E-23 y Javier  E-55



















viernes, 8 de enero de 2016

SR. VIVÓ: LENGÜETAZO DOS

Mi vida hubiera sido distinta si se hubiera respetado la voluntad del pueblo. Imagino que si el General Franco no hubiera cambiado el curso de la historia, hoy nuestras vidas serían distintas, no solo la mía, la de todos los españoles.

El odio transmitido por generaciones entre hermanos, vecinos y amigos, continúa hasta nuestros días. Pienso que la única manera de terminar con él,  sería la unión de nuestros jóvenes contra los verdaderos herederos del odio. Solo ellos pueden ponerse de acuerdo  y confluir. Que se nos quite de la cabeza que la coalición ha de ser de izquierdas o derechas, la unificadora sería la unión de los jóvenes, hoy representados por Podemos y Ciudadanos.

Es curioso escuchar a Miguel hablar de la guerra y de la república en primera persona  al mismo tiempo que opina sobre la actualidad política y social. No se excluye cuando habla de los jóvenes porque se siente uno de los nuestros. Anoche me di cuenta de que por mucho que algunos se empeñen con cremitas, cirugía o vestimentas modernas parecer jóvenes, solo consiguen ser patéticos. A nosotros no nos engañan, como no se engaña a un niño cuando intentas hacer gracietas infantiles. Miguel seguirá saltando generaciones y seguirán envejeciendo solo los demás. No es inmortal, lo sabemos, pero nunca envejecerá aunque lleve pelo blanco.

Mi abuelo era dueño de dos joyerías en Madrid. Mi padre era locutor de radio, lo único que sabía hacer bien era hablar.

¿Te imaginas como hubiera sido mi vida?

Sin embargo, a mi abuelo lo mataron y se quedaron con todo, mi padre pasó muchos años en la cárcel y al salir, encontró a su mujer y su hijo al lado de un militar del Ejército Nacional. No pudo ni abrazarles. Todo estaba perdido, solo le quedaba callar, huir  y empezar de nuevo.  

Mi padre buscó su sustento a través del único talento con el que contaba e ingresó en una compañía de teatro que regentaba por entonces el padre de mi madre. Mi madre trabajaba de actriz y enseguida se enamoraron. De su unión nacieron dos niñas y nosotros.

¿No lo sabías?  Fueron dos en un principio, dos Sres. Vivó.

Nunca se casaron porque mi padre se suponía que ya lo estaba, por lo que fuimos hijos naturales reconocidos. Muchos años después descubriríamos que podían haberlo hecho porque el primer matrimonio de mi padre fue anulado como todos los realizados durante la guerra en zonas republicanas entre el 37 y el 39. 

El trabajo de mi padre en la compañía era el de avanzadilla. Cuando la función estaba montada en una ciudad, él se dirigía en busca de la siguiente. Hacía un estudio de la zona, de la población, de las posibilidades de éxito. Habla con las autoridades. Revisaba las infraestructuras, si tenía teatro o debían montar carpa, alojamiento, abastecimiento…

Pasaba mucho tiempo fuera de casa, si podemos llamar así a nuestra residencia. Nosotros nunca tuvimos casa, deambulábamos de ciudad en ciudad, si acudir a ninguna escuela, sin que nadie se molestara ni tan siquiera en enseñarnos a leer ni a escribir.

En una de aquellas ocasiones no volvió. Nos dijeron que había muerto. En realidad lo que ocurrió es que mi padre daba muy mala vida a mi madre, sobre todo cuando bebía, y en una de estas no le dejaron volver.

Nos quedamos solos con mi madre. Más tarde mi madre se casó por primera vez, puesto que ella era soltera como os conté. Yo recuerdo asistir a la boda de mi madre, algo poco corriente para aquellos tiempos.  

A mi hermana mayor de padre y madre, Delia, la casaron con quince años. A la mediana, Esther, la dejaron en un bar de Madrid tomándose un refresco. Ella tenía doce años y sabía al menos donde vivía mi abuela. Se montó en un tren de mercancías y caminando y preguntando, llegó hasta la casa de mis abuelos donde la acogieron.

A nosotros nos dejaron en la otra punta de Madrid, en un parque, jugando a la pelota. Teníamos siete años, solo sabíamos nuestro nombre. Al caer la noche, un señor nos acogió en su casa y al día siguiente nos llevó a la policía. 

Localizaron a mi madre, pero ella les dijo que no podía mantenernos y que no se hacía cargo. Desde allí nos condujeron a un colegio de curas de León, nuestro lugar de nacimiento. 



Esquina de la izquierda con el collar, mi hermana  Esther. Con las manos en el vientre Delia, sujetando sus hombros su madre Josefina y en la esquina de la derecha, los dos Sres. Vivó, Miguel y su hermano gemelo idéntico, Javier.

miércoles, 6 de enero de 2016

SR. VIVÓ: LENGÜETAZO UNO

Yo siempre lloro en mi moto. Debajo del casco nadie me ve. 

Empecé mi recorrido de vuelta a casa tan normal y termine con los ojos rojos como los conejos blancos, con suspiros de llanto y todo, igual que una chiquilla chica.

Llevo todo en mi cabeza. 

¡He tenido la suerte de conocer a una persona tan grande!

Compartir conversación con Miguel es adictivo. Terminamos en su furgoneta a las dos de la madrugada, desde las cuatro de la tarde sin parar. 

Por la mañana mi primer pensamiento fue buscarlo, así hasta que se fue y dejó todo escrito en mi cabeza.

Lloraba esta mañana de emoción por saber, que mal o bien, tengo que contároslo. He tenido el honor de recibir su permiso para hacerlo, me siento importante sabiendo lo que guardo.

Solo tengo que tirar del hilo y reproducir sus palabras mezcladas con mis pensamientos.

Hablando de las personas que dan su vida por terminada cuando sus hijos son mayores y se jubilan, que están cansados de vivir, aburridos, anclados en su monotonía,   que se quejan de estar solos, de que les falta la salud… Miguel dijo:

-          Mi vida empezó cuando nací y terminará cuando me muera.


Yo tengo la misión de hablaros por escrito de ella. 


SR.VIVÓ: PRESENTACIÓN

-          Nena, ¿qué tal con Miguel? ¡Es más majo!

-          Aquí seguimos…

-          ¿Ahí seguís? J aja jaja

-          Siii!!! Lo voy a escribir, me lo va a contar todo, lo voy a escribir

-          Jajajaj vaya 2

-          Va a ser la cosa más importante que he hecho en mi vida, dejar constancia escrita, hay fotos, hay videos, hay mucho que contar, pero de momento nada escrito.

-          Uff jajajajaj

-          Que sepas que esta conversación también va a quedar reflejada

-          Pues me encantará leerlo, el Sr.Vivó

-          Calla, calla, es alucinante, tengo la cabeza, chuuu!!! Chuuuu!!!

-          Estás como una cabra, me encantas!!!!


-          Esto también lo pongo.


lunes, 4 de enero de 2016

MI POSICIÓN

Yo no quiero estar ahí, en su pellejo. Tampoco en el de las personas que echan de sus casas por no pagar. No me cambio por nada ni nadie, estoy en el lugar perfecto.

Quizá por eso, no me atraiga la idea de cambiar de posición, la mía es la mejor.

Mis hijos tendrán que madrugar para buscarse las habichuelas, me harán sentirme orgullosa de ellos por eso y tendrán que hacer muchas cuentas para llegar a final de mes.

Sus vajillas serán de retazos, sus compañeras y compañeros de viaje de corazón.

No encontraran calcetines en los cajones y comprarán bragas en el Primark como el que se compra un porche, con ilusión.

El otro día escuchaba a una suegra hablar de la posición social, del brillo, del dinero ajeno… No envidio su suerte, rodeada de soledad.

¿Qué hacer cuando se agota la ilusión porque lo tienes todo?

¿Cómo se consigue no estar solo?

Así: teniendo siempre tu casa abierta, llena de gente que llama a la puerta con los codos, que viene de traje, que te ayuda a doblar ropa, que se llena tan solo con tu presencia y tú con la suya.

Hoy tengo resaca de compras, ayer me pasé. No quiero ni mirar mi cuenta al menos hasta que pasen unos días, que ya estemos a día diez por lo menos. Este mes no debo ni de salir al quicio de la puerta a saludar a la vecina, mucho menos a tapear o viajar.  

¡Menuda cuesta de enero!

LVM


domingo, 3 de enero de 2016

NOSOTROS NO

Nosotros no nos queremos tantísimo como para aguantarnos ni una sola falta de respeto. No nos tenemos ningún apego, no estamos obligados a decirnos buenos días por las mañanas y dulces sueños por la noche. No nos une ninguna necesidad, ni deuda, ni compromiso. No tenemos negocios juntos, ninguna conexión económica que no sea la de obsequiemos con algún regalo de cumpleaños, de los que no valen dinero. 

No nos conocen familiares ni amigos. Nadie nos echará de menos si lo dejamos, excepto nosotros mismos. No tenemos miedo a decirle a nadie que ya no estamos juntos, no hay que hacerlo, nadie se alegrará ni entristecerá por ello.

Solo estamos juntos por nuestra cara bonita.

Porque mira que es bonita tu cara cuando me miras, cuando me cuentas tus cosas, cuando sudas, cuando me comes, cuando amenazas con follarme en mitad de la cena.

Mira que me gusta esa sonrisa. Mira que me siento querida, deseada, muy deseada, cuando te hablo de lo gordo que tengo el culo, de lo vieja que me siento, de cómo mi piel va a peor.

Escuchas mis tonterías en sentido contrario, te encanta este culo gordo, el tacto de mi piel y verme envejecer, dignamente.

Te enloquece el olor de mi cuerpo después de un día de trabajo.

Me ves guapa con una simple ducha después de una siesta.


¿Qué más se puede pedir? Que te encante mi pelo secado al viento. 

LVM

viernes, 1 de enero de 2016

Hoy me acuerdo de tus labios.

Hoy pienso en tu lengua.

Huelo, veo, siento.  

Tus labios, tu lengua, el pelo de tu barba.

Hoy recuerdo el tacto de mis manos tocando tu barba mientras te como la boca.

Hoy recuerdo tu nuca, tu cuello, tu oreja y el pendiente que cuelga.

Hoy recuerdo el olor de tu pecho.

Hoy recuerdo nuestro último abrazo.

Hoy me acuerdo.

Hoy pienso en ti, te espero.

Hoy recuerdo aquel día sentado en aquella piedra del jardín del hospital, hombro con hombro, hablando de lo nuestro, hoy recuerdo y veo como el paso del tiempo no nubla mis recuerdos.

Hoy tengo ganas de ti.

Hoy tengo ganas de verte otra vez jugar al baloncesto, con tu pelo negro, tu barba espesa, tu cuerpo fuerte, grande, saltando para defender la canasta.

Hoy tengo ganas de verte defenderte de los niños.

Hoy tengo ganas de sonreír al mirarte de lejos.

Tengo ganas de que me cuentes que hiciste ayer.

Hoy tengo ganas de comerte la boca en un parque, de follarte en un coche, de sacar los pies del plato, te tengo ganas hoy, otra vez, más ganas.

Tengo ganas de darte cuerda para que no vuelvas, de amarrarte fuerte a mi cuerpo para que no te escapes, de volver a verte, de que no vuelvas, tengo ganas como siempre, te pienso como siempre, te tengo en cuenta aunque no cuentas, te sigo llevando dentro de mi cuentakilómetros de la moto, en el reflejo del espejo, al volver la curva…

Ahí estás, como siempre, acompañándome en mis tiempos muertos.


LVM