sábado, 30 de noviembre de 2024

DEBER PERENTORIO

Observo a la humanidad y me aburro. Cierto es que me aburro. De verdad de la buena, que me aburro. 

Comer, siesta, maratón de series, dormir a las nueve de la noche, ayunar, no desayunar, ayuno intermitente, comer, siesta... y así sucesivamente.

Yo me aburro de pensarlo, y ellos se morirían si tuvieran que vivir un día de mi vida, uno normal, como el de hoy, con mi pingu que se ha roto, que vale mucho el arreglo, que el pixu es un coche carne de perro, que la furgoneta, que el colchón, que me traigas el árbol de navidad, que aquí hay uno, que me vale... el otro lo pongo en la otra casa, y ya está puesto el de Coín. 

A veces, estoy cansada, sobre todo de la carga psicológica de tanta gente a mi cargo, pero también a veces duermo bien. Ya me gustaría a mí mantener el modo avión en mi móvil más de media hora, aunque solo sea hasta que termine lo más perentorio que estoy haciendo. 

Pues no, que sepáis que muchas veces, lo estoy haciendo, procuro que no se note, pero es que si no, no podría hacerlo, eso, si, eso que estáis pensando,  un deber perentorio. 

Y de pronto, van pasando los meses, y los años y las historias de amor, y las aventuras, y te das cuenta de que hay personas por las que solo pasan los años. 




jueves, 28 de noviembre de 2024

MI TORTUGA AMERICANA

Yo tenía una tortuga americana, de esas que pegan bocaos que te dejan el morado de sangre como un pellizco de un alicate.

Me la dieron en una fiambrera con un color sospechoso, marrón a media altura y rosa pálido el resto. Está claro que el nivel del agua con mierda había teñido el recipiente. Lo tiré, me dio mucho asco, y tomé a la tortuguita en mis brazos en una toalla. 

Le llamé, Tortu, porque fue una tortura hacerse su amiga. 

Me la ponía en las piernas mientras hacía croché. 

Cuando sacaba la cabeza, para ver si había pasado el peligro, se encontraba to mi cara diciendo:

- Tortuguita, tortuguita, tortuguita, que bonita la tortuguita - mientras le acariciaba el lomo y un poco de cabeza que se dejaba fuera. 

No tuve prisa, la tortuguita vivía en mi baño, con mucha agua limpia porque me gustaba cazar sus cacas con un colador de tela, antes de que se disolvieran. 

Comía de todo, como buena omnívora,  pero a mí me gustaba ponérselo difícil. Le cortaba salchichas a tiras y le obligaba a nadar pegando bocaos a lo que para ella era un gusano vivo. Al principio, mostraba su indiferencia, pero cuando probó el manjar, desde donde estuviera, ya fuera roca, césped o tronco, venía corriendo al agua, para devorar su gusano rosa. 

Parecía que sabía que eran cuatro cuartos, porque cuando terminaba una tira, seguía ahí para la segunda, mirándome con cara de tonta y después tercera, pero a partir de la cuarta, pasaba de mi culo y se subía en su piedra, agotada de tanto nadar buscando su recompensa.

Se puede intuir por mis letras que tenía un parque temático en mi baño, y libertad en el resto de la casa donde la sacaba durante horas y horas a mi regazo, la ponía boca abajo, le tocaba la panza, siempre con la amenaza de un bocao, que yo esquivaba cual espadachín esquiva la punta de la espada del contrario.

Poco a poco se fue cansando, se dio por vencida, no conseguía sus objetivos, y si alguna vez me hacía daño, la tortuguita recibía su castigo, seguir recibiendo todo mi amor. 

Por las mañanas, cuando yo me lavaba los dientes, se subía por los troncos a mi vera y me pedía caricias. Era increíble de ver, entornaba los ojillos y sacaba la cabeza, todo lo que le daba el pescuezo. 

Venía conmigo a todas partes, la dejaba corretear libre por el parque, el río, el campo. A la vez que soltaba a mis vástagos, la soltaba a ella, con un corpiño de croché que la mantenía localizada, sobre todo en el río, sabemos que es una especie invasiva, como buena americana.