Yo no me rindo. Aunque me cierren una y otra y otra puerta, yo
no me rindo. Aunque tenga que abrir el hueco poner el marco y abrir otra puerta
más, esa es mi forma de vida, es lo que voy a hacer hasta el día que me muera. Yo
ni ese día me rindo.
En el mundo tan salvaje en el que nos toca vivir hoy, de
brutal competitividad, donde no hay hermanos ni parientes solo la lucha por
salir adelante de mucha gente, yo no me rindo. ¡Qué no me rindo!
Aquí no se rinde ni Dios mientras yo esté viva y el día que me muera, tampoco me rindo. Vale, somos
mediocres, nada inteligentes, somos simplemente disléxicas, con poca capacidad
de retentiva en nombres, fechas, lugares… culturilla general que se dice.
Me doy cuenta de lo mucho que han tenido que sufrir mis
hijas a diario, con los otros competidores, que sabedores de que sus notas eran
las peores, preguntaban con voz fina y educada, poniendo todas las consonantes
como si no fueran andaluces:
-
¿Y tú que has sacado?
Me las imagino dando su nota con la voy y la mirada baja, humilladas.
Me dan ganas de hacer mis propias preguntas: ¿Es que nadie se plantea otras
varas de medir? ¿y tú que sabes hacer a
parte de sacar buenas notas? ¿Qué habilidad tienes? ¿a qué dedicas tu tiempo
libre? ¿Porqué coño eres tan repelente?
Ayer le dije a mi niña:
-
Ellos no podrán mantener el nivel de diez toda la vida,
se cansarán, nosotras tenemos la magia, nuestro don, la resistencia. ¿Sabes? lo
verás, algún día los verás quedarse atrás. Lo mejor de todo, es que ellos
también te verán a ti.
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