No sería yo, si fuera razonable.
El diccionario no me convence. Hay once definiciones, ninguna me identifica, ni sinónimos, ni nada.
Nadie que me conozca profundamente, diría de mí, que soy razonable, alguien razonable no puede ser único, sabemos que hay un montón de personas razonables en el mundo.
¿Cuántas de ellas han hecho cosas únicas y poco razonables como las que he hecho yo?
La primera, volver a tener hijos después de haber tenido la parejita, aquello no fue nada razonable.
Construir esta casa rodeada de ratas, nada razonable.
Nada razonable volver a trabajar con los dolores que tengo, nada razonable.
¿Quién va a saber lo que realmente me pasa, a no ser que duerma conmigo?
No, no, no, a mi cama no se viene a dormir.
No hay nada en este mundo que me guste más que hacer lo que nadie espera. Saltar de panza a la piscina con medio metro de agua, cuando todos buscaban como locos su flotador.
No hay nada como escuchar órdenes o consejos, para que mi mente, poco razonable, actúe en consecuencia.
No me vale lo de la psicología invertida, porque no soy tonta, tienen que ser consejos razonables, de buenas personas que me quieren, actuaciones lógicas y buenas para mí.
Escucho, pienso, dejo pasar unos días, vuelvo a escuchar, y al final, el primer pensamiento mañanero, aquel que tuve hace meses, que no era para nada razonable: lo ejecuto.
Ya lo he gozado varias veces.
Con la panza llena de verdugones, golpes en las rodillas, muñecas y en el propio cabezón, salgo del agua contoneando mi culazo, que ese nunca me falla, y mirando a mi público, sonrío, con mi morenazo de piel, canelita en rama y mi sonrisa petrificada después de romperme varias muelas.
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