jueves, 26 de noviembre de 2020

SIGUE RASCANDO

Que no se puede.

Cuanto la vida se empeña en enviar penurias a una persona con espíritu ganador, no se puede.

Eres una niña a la que sacaron de un entorno con trabajo, juguetes y vida estable en una casa digna, y te llevan a una vaquería sin luz y ni agua, sin inodoro “OBVIAMENTE” (coletilla de los jóvenes de hoy en día, atrás queda el “EN VERDAD”), y te llevaron a un lugar donde antes vivían animales.

Otra quizás lloraría, yo,  la princesa de un cuento.

Mi entorno cargado de garrapatas y yo solo veía el montón de pienso que me permitía saltar desde lo alto de un lugar muy peligroso sin romperme un hueso.

Otra echaría de menos el inodoro, yo solo veía la suerte de bañarme en un barreño frente a la chimenea.

De  verdad que no veo el día que pueda ofrecer a mi nieta las experiencia vividas en mi infancia, todas de penurias, de frio... mi madre rompía los cuadros de aquellos de pelo que teníamos en Barcelona, porque no tenía mantas. Me encantaban aquellas mantas de princesa.  

Si después te crías en un barrio obrero, si además te empeñas en seguir viviendo en las zonas de la ciudad donde la experiencia de otros te hace ser cada día más dichosa.

¿Cómo vas a conseguir hoy en día que yo no sea feliz?

Si continuas relatando la larga lista de penurias que ha de pasar una madre trabajadora a jornada partida y con cuatro hijos todos amororsisismos y unos indios indómitos que solo hacen lo que yo les he dicho que hagan para ser felices, todo lo que se puedan llevar a la tumba, sin que los lleve a la tumba.

Además deberás añadir que por gusto también he tenido todo tipo de animales en mi vida, llito el pollito, llina la gallina, Berta la liebre, Vacarisa la cerda... y así hasta el día de ayer que me eché otra carga de la que arrepentirme el resto de mis días.

Porque pagamos toda la vida las cosas que hacen nuestros hijos, las que hacen nuestros amores y nuestros animales. Y pagamos con dinero, con disgustos y con tiempo.

 Pero, que sería de mi si no fuera tan feliz, tumbando así los días que me queden.

¡ Qué pena la que crea que puede conmigo, ni después de muerta!

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