Deberíamos prohibirnos hablar de lo que está sucediendo. No se habla de otra cosa. El miedo nos atenaza y con razón. Anoche tuve una pesadilla. Me encontraba a mis hijos muertos en casa, deshidratados y delgados por la falta de alimento. Yo mientras vivía en la misma casa, pero pensaba que ellos no estaban, que estaban con su padre. Sonó el despertador y penetró un hedor a muerte por mi nariz. El resto ya lo conocéis, no quiero recordarlo más.
Mi imaginación es tan detallista que me hace vivir situaciones extremas comos si fuera reales, las sufro. También me ocurre con cuentos bonitos o aventuras fantásticas. Las vivo. Las cuento. Las escribo.
No quiero pensar más sobre nuestra Apocalipsis económica. Acabo viendo a mis hijos vestidos de soldados para ir a la guerra que dicen se avecina. Sufro mucho, se me agotan las energías. Menos mal que ahora duermo mucho y me acompaña mi perrata cuando me pongo triste. Me lame la cara y llora conmigo.
Seguiré luchando para sacar a mis hijos adelante, seguiré como siempre haciendo por los que me rodean todo lo que pueda, seguiré proyectando cosas, intentando ejecutarlas, buscando apoyos diversos para objetivos concretos, seguiré siendo gastos cero, como siempre, no me costará trabajo.
Bueno, casi cero, que también hay que vivir.
Estoy dejando de fumar poco a poco, debo cuidarme para dar la mínima guerra posible cuando sea vieja. Con suerte me queda media vida por delante, soy consciente de que estoy comenzando el final de mi cuento, no hay tiempo que perder.
No quiero hablar más de la ruina que tenemos encima todos, todos absolutamente todos estamos en este barco. Debemos dejar de hablar y actuar. Lo que tenga que venir que venga.
Pero sobre todo, debemos estár juntos y positivos en esta guerra silenciosa, en este incendio subterraneo.
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