lunes, 4 de febrero de 2013

FRUTOS SECOS Y AGUA: SÉPTIMO LENGÜETAZO VIVO



No dejaba de bailar sobre mi boca, a todo ritmo. No paraba en sus movimientos. No medía su fuerza ni la intensidad de sus arremetidas.

Solo conseguí calmarla con un dedo. Frío y lento.

Ella sintió alivio y se dejó hacer. Me dejó tomar las riendas de momento. Acompañado mi dedo de mi nariz, mi lengua y las asperezas de mi barba.

-         No pienso correrme - le dijo – no quiero. Sigue trabajando que no me correré por mucho que lo intentes.

Y así fue. Mi lengua aunque experta no pudo con ella, no cedió. Fue una de mis mejores comidas de coño, pero ella, no consentía. Comencé a hablare, a reprocharle. Sonreía traviesa.

-         ¿Sabes? Te vas a correr cuando yo te diga, ¿me harás caso? No podrás resistirte a ella, no tendrá que trabajar sobre ti, solo te la meteré y te correrás.

Sentí como me golpeaba la cabeza y la apretaba con fuerza contra su coño para que me callara. Esta mujer que no mide, ni hace nada si no es por instinto.

-         ¿Si? ¿me pegas encima? – dije entre enfados y risas.

Me levanté de un golpe de la almohada, agarré sus nalgas y le abrí las piernas. Ella jugueteaba con sus miradas. Arqueaba las cejas y subía los labios superiores burlona. Insistía en provocarme continuamente. Su gesto me incitaba a seguir, porque me transmitía precisamente su desconfianza a que yo lo hiciera, a que respondiera, a que me revelara.

De un golpe la penetré, estaba preparada. Todo cambió en un momento, ya no había risas ni burlas. Inmóvil la miraba, la besaba y la miraba, esperando que ella me lo pidiera. Que le suplicara movimiento, que la penetrara con fuerza, pero no lo hizo.

Mientras con un brazo sujetaba mi peso, el otro le agarraba la cintura y el culo por detrás. Golpeé una vez sobre su coño, una más.

-         ¿Te correrás ahora? te vas a correr ahora, cuando yo te lo diga. ¿Si?

Así continué hablándole mientras empujaba lento, mientras apretaba por detrás sus  nalgas, separándolas para que su culo también participara de las embestidas de mis huevos.

¡Todo estaba tan húmedo!

Ella abría las piernas para conseguir más y más cercanía. Por más que empujaba, más quería ella que lo hiciera. Más profundo, más dentro de ella, más.

Insistía, le pedía y le gritaba que se corriera, le preguntaba, afirmaba, le pedía mientras continuaba empujando con fuerza sobre su coño. No pudo resistir se rindió ante mis palabras, mi energía, la fuerza animal que había conseguido sacarme.   

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