Eran simples palabras, pero se escuchaban a dos calles de
distancia. Eran consejos y reprimendas un poco malhumoradas, que acompañaba
este señor de frases contundentes para hacerse respetar.
-
¡Y UNA MIERDA! Gritaba este señor entre otras lindezas.
Como respuesta voz sumisa intentaba hacer entrar en razón a
la bestia. Conseguir llegar a casa sin que más personas presenciáramos lo que, a todas luces él hacía a menudo. Orgulloso de que lo escuchen, por lo buen padre que le hacía parecer.
-
Pero papá, si él estaba muy contento.
-
¿Contento? Corriendo detrás de él toda la noche.
-
Si son solo las nueve y media.
-
¿Las nueve y media? ¡Un niño de dos años
despierto!
-
Mañana es domingo, papá.
¿Papá?
¿Papá?
Ese no es tu padre, un hijo de puta es lo que es. Si esto lo
hace en la calle, en público, no quiero ni pensar en la casa que pasará.
-
Que no es sano que un niño de dos años esté en
la calle a esas horas - gritaba.
¿Eso quien lo dice, tú, tú, tú, HIJO DE PUTA?
Lo que no es sano es que escuche a su padre faltar el
respeto a su madre, gritarle, decirle palabrotas y que encima, que sea por su
culpa.
Muchos niños disfrutaban de la música en directo, de la
noche tan preciosa que teníamos hoy aquí, en un ambiente sanísimo, correteando
de aquí para allá al aire libre. ¿Qué hay de malo?
¿Qué persona en su sano juicio inculca a su hijo una
disciplina horaria tan estricta que permite que en consecuencia de un retraso
se le falte el respeto a la persona que lo cuida?
Otro día ser la montará por llevarlo con la ropa manchada,
otro día será porque no le pasaste bien
la comida y por eso no se lo ha comido todo. No has hecho exactamente lo que él
considera que debes hacer para ser una buena madre. No serás una buena esposa
nunca. Nunca terminará de educarte él a ti.
¿Quién opina? El buen padre. El cariñoso marido. El educado.
¿Las nueve y media? ¡Qué coño retraso!
Por ti lo acostabas a las ocho. Le bajas la persiana por su bien,
¡No puedes soportarlo!
¡Qué eres tú el que no disfruta de tu hijo!
¡Qué no eres un buen padre, cabrón!
Palabras, solo palabras.
Palabras que se clavan en la mente de ese niño, palabras que
le hace ver como buena esa actitud, ¿Qué pasará cuando ese niño quiera algo? ¿Cómo
se lo exigirá a esa madre?
¿Una mierda? Tú si que eres un mierda.
Eres un mal padre, eres un cabrón maltratador y en tu casa
no lo saben.
Palabras, palabras, palabras…
-
Yo hablo así.
-
Es que si no, no se entera.
-
Yo te digo gilipollas, pero no lo siento.
-
Qué te calles, que no dices na más que chominás.
-
Yo digo esas cosas solo cuando me enfado, pero
en realidad no las pienso.
-
Tú tienes más mala leche aunque no digas
palabrotas y no grites.
Dos años tiene el niño. Si yo pudiera disparar clarividencia
a esta muchacha, no pasaría ni un día más al lado de semejante personaje. Su
hijo crecería feliz o simplemente en un
ambiente normal.
No se puede criar a un hijo escuchando esas cosas desde
pequeño, porque cuando crece, maldice la infancia tan dura que pasó. Por
supuesto si puede, se divorcia antes de mantener una sola discusión parecida a
la que hoy he presenciado. O peor aún reproduce la conducta en su familia.
Lo más duro de la discusión, es que solo había un atacante. Respuesta
nula.
-
Pero papá, … pero papá…
LVM
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