Yo no quiero estar ahí, en su pellejo. Tampoco en el de las
personas que echan de sus casas por no pagar. No me cambio por nada ni nadie,
estoy en el lugar perfecto.
Quizá por eso, no me atraiga la idea de cambiar de posición,
la mía es la mejor.
Mis hijos tendrán que madrugar para buscarse las
habichuelas, me harán sentirme orgullosa de ellos por eso y tendrán que hacer
muchas cuentas para llegar a final de mes.
Sus vajillas serán de retazos, sus compañeras y compañeros
de viaje de corazón.
No encontraran calcetines en los cajones y comprarán bragas en
el Primark como el que se compra un porche, con ilusión.
El otro día escuchaba a una suegra hablar de la posición social,
del brillo, del dinero ajeno… No envidio su suerte, rodeada de soledad.
¿Qué hacer cuando se agota la ilusión porque lo tienes todo?
¿Cómo se consigue no estar solo?
Así: teniendo siempre tu casa abierta, llena de gente que
llama a la puerta con los codos, que viene de traje, que te ayuda a doblar
ropa, que se llena tan solo con tu presencia y tú con la suya.
Hoy tengo resaca de compras, ayer me pasé. No quiero ni
mirar mi cuenta al menos hasta que pasen unos días, que ya estemos a día diez
por lo menos. Este mes no debo ni de salir al quicio de la puerta a saludar a la vecina,
mucho menos a tapear o viajar.
¡Menuda cuesta de enero!
LVM
¡Menuda cuesta de enero!
LVM
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