Cuatro años ya mis hijos fuera, cada día más grandes, cada
día más lejos.
Los echo de menos, a los que están fuera y a los que
no. No porque ya no estén sino porque son grandes. Cuando veo a mi gato
“pesado” durmiendo en mis piernas me acuerdo de ellos, siempre tenía a alguno
pegado a mi culo, aunque estuviera fregando platos en la cocina, se subían en
el pollo a darle bocados al jamón.
¡Qué infierno, no poder ni ducharme tranquila!
Cada día que pasé con ellos lo hice pensando que era el
último. Esa maldita manía mía de pensar que voy a morir pronto, de repente y en
un accidente o enfermedad fulminante. La culpa de este pensamiento la tiene las
veces que estuve a puntico.
Nuestra relación ha sido muy distinta a la de otras, muchos hijos y una sola madre, el divorcio fue, como la guinda del pastel, la posibilidad de hacer lo que nos diera la gana sin nadie que nos lo impidiera.
A medio día discutía con uno sobre la continuidad en su
colegio, con otra sobre un pendiente en
la boca. Conforme lo hacía pensaba en
los pocos días me quedan por discutir. No queda nada para que ya no se vengan a
mi lado a ver películas, para que no me enseñen dos videos a la vez intentando que gire la cabeza a su favor, para que no me toquen el pelito o simplemente para que
no vivan aquí, como ha pasado con mis hijos mayores.
Yo los empujo a vivir a lo grande, de forma independiente, a
crecer todo el tiempo, a volar.
Pero hay días muy tontos que los echo de menos, hoy solo
porque me quedé mirando a mi gatito, hay momentos que nunca vuelven y que mis
hijos sean chicos y pesados ya no volverá a ser nunca. Vienen a verme pero no
me hacen casito.
Ahora el mayor quiere volver a Barcelona cuando termine en
junio, dice que allí hay más trabajo y más digno. Estoy tranquila porque hay
muchos Barrancos y Puertas desperdigados por allí y sé que no lo dejarán solo,
pero me apena que haga el mismo camino que hizo mi padre hace cincuenta años.
¡Barcelona está tan lejos!
Hostia que triste me he puesto de pronto y que sola me
siento a pesar del cerro de platos que tengo por fregar de medio día, del
montón de gente que se sentó hoy en mi mesa, me doy cuenta de que voy para
vieja y ya mismo tocará no tener a ninguno cerca.
A mí no me vinieron largos, me lo he pasado en grande con
ellos, tanto es que no solo tuve a mis cuatro, siempre había algún agregado. No
digo que no tuviera momentos de desesperación como todas las madres, pero que fueron pocos los que recuerdo, fueron buenos hijos, que me hicieron fácil mi labor de madre, a pesar de
tener dos disléxicas, un superdotado y un inconformista, yo mandaba todo el
tiempo, yo era su reina.
¡Qué triste es saber que mis nietos no me verán a diario,
que no podré recogerlos en el colegio ni amenazar a ningún niño malo enseñando
dientes y lengua mordida, que no los llevaré al parque con gallinas ni conejitos, que cuando vengan no
tengan confianza para abrazarme!
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