He vuelto a casa. Suena en los Baños Árabes música de Jazz,
es buena. A veces en mi pueblo ponen
músicos malos, como aquí no hay nada, el público es entusiasta y positivo como
en ningún sitio, pero esta música es buena.
Por fin conseguí
arrancar el ordenador de mi hija, se han roto todos. Soy como un bombero
sin manguera, un albañil sin cemento, solo ahora, que ya es el último día de
mis vacaciones he podido conseguir poner los dedos en teclado.
¡Qué bien!
Cuando salgo de mi casa me maravillo, aunque mi casa es
maravillosa, hoy me di cuenta.
Mi barrio es el mejor y mi pueblo, una ciudad
pequeñita, pobre y olvidada, la más sucia de Europa, pues es mi pueblo. El gasolinero me pregunta
por mi hermano, el de las semillas por mi cerda, la moto me lleva sola sin
pensar ni por donde, conozco todas las calles que van a “contramano” y en que momento debo desviar mi dirección para no encontrarme la misma vía en sentido contrario. Eso no pasa en ninguna ciudad que he visitado o no lo he visto.
Estoy
cómoda a cuarenta grados durante el día, porque por la noche, en mi terraza hay
que taparse y suena música, hoy más que nunca.
El sonido de los murciélagos y los gatos que se pelean por
las hembras, mi casa es maravillosa.
En cada calle hay un recuerdo, en cada barrio un amor, imágenes de cuando eras
una niña, de cuando todos seguían vivos, del paso de los años.
Te enraízas y te das cuenta de que aquí tienes
el alimento del cuerpo y del alma.
La base está aquí, tu trabajo, familia, amigos… lo que consume tu
tiempo. Lo importante es mantener agarrada la raíz y viajar mucho, echar raíces
en todas partes, no de visita, enraizar y conseguir que tu tronco camine como
los árboles de los cuentos de los bosques encantados.
No lo olvides, donde
está el pan y el amor, está tu casa.
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