sábado, 3 de septiembre de 2016

EN TERCERA PERSONA

Desde aquel momento preciso, no pudo sonreír. Créeme que lo intentó, lo intentó con todas sus fuerzas. A veces era necesario para no asustar a los niños, pero no pudo.

Nunca supo hacerlo, sonreír.

Ningún hecho generoso de su vida, ninguna de las cosas que le ocurrían buenas le provocaba ese sentimiento positivo:  euforia, alegría, ánimo… nada.

Sabía que era bueno, lo manifestaba con palabras, se sentía bien, pero no podía expresar como los demás, con aspavientos de sus manos y gestos de la cara, que era feliz.

Poco a poco, fueron comprendiendo todos que era su gesto natural, su forma, su única piel. A nadie le hubiera gustado estar en su lugar y así lo comentaban:


-          Imagínate, te toca la lotería y te alegras pero no puedes sonreír. Te compras un coche maravilloso, con el semblante de un entierro, ayudas a tus amigos y familiares a sacar algún que otro pufo, por lo que se ponen muy contentos y se expresan con todo tipo de gestos. Tú no, tú nada.


Desde ese preciso momento, el de su nacimiento, no pudo sonreír.

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