domingo, 22 de febrero de 2015

CON EL COCHE CARGADO DE HOMBRES Y PETACAS

Con el coche cargado de hombres y once petacas en el maletero. El sueño del sábado noche de cualquier mujer que se precie.

Para que luego digan que mi coche no tiene fuerza y personalidad, si ha salido mí.

Lo he dejado desorientado en la cochera, seguro que a partir de esta prueba tan dura es capaz de llevarme él solo a Asturias, a ver a mi Nela.

Nada más salir, marcha atrás y con estrechuras, sus primeras indicaciones.

Qué sería de mí, sin ellas. Lo mismo va a ser conducir sola, que con las indicaciones de tres hombres experimentados.

¿Cómo podría superar yo esta dura prueba solo con los espejos retrovisores?

Yo vivo en el casco antiguo, la marcha atrás y las distancias cortas son mi especialidad, pero nunca está de más los consejos simultáneos de tres hombres expertos que buscan mi bienestar y el suyo.

Como manda la tradición, una vez en marcha les digo, mirándolos a ellos y no a la carretera:

-           ¿Conduzco bien? ¿Conduzco bien? ¿Conduzco bien? Dilo, dilo, dilo, dilo.

Luego justifico mis torpezas de antemano por si ocurren.

-          El único problema que tengo es que no sé dónde están las cosas, el coche no es mío.

¡Buag! ¡No jodas! ¡Encima  el coche no es suyo!

-          Me compré una moto, pero la cambié porque me caí un par de veces, la verdad es que con tacones se conduce muy mal esa moto. Ahora tengo otra. Pero el coche ¿A qué lo conduzco muy bien con tacones?

No sé si lo he dicho, pero conduzco motos de todas las cilindradas desde los dieciocho recién cumplidos. Vamos que creo que soltura tengo.

-          Si, Si muy bien – replicaban.

-          Tenéis que decírmelo.

-          ¡Muy bien, muy bien! – dijeron expulsando todo el aire que tenían en los pulmones que era poco debido a su estado de ansiedad por no conducir y sobre todo porque lo hiciera yo. 

-          Pero sin que yo os lo pregunte
-          Mamen, conduces muy bien de verdad- dijeron todos con voz de secuestrados con la pistola en la nuca.
-          Ya no vale, pero bueno, la próxima vez sin que os lo diga. Es una terapia de grupo. Tenéis que decir: Que bien conduces, que suelta vas, que seguridad tienes en el volante. ES que si no me deprimo y no sé si piso freno o acelerador.

El aparcamiento del super vi la oportunidad y pegué en ese momento un apretón al acelerador.

-          ¿Ves? ¿Ves lo que yo te digo?

Son buenas las indicaciones, son buenas. El problema es que  van despistados mirándome las piernas. No se puede llevar tacones y minifalda para conducir en un coche cargado de hombres. De pronto, dice uno:

-          ¡Por aquí, por aquí!! ¡Tira por aquí!
-          ¿Esto se puede hacer?
-          No pero si haces aquí una pirula…
-          Pero, ¿Por qué? Si no hay necesidad.
-          Ponte aquí, tira por allí, nena para, frena que hay que bajar a Rafa.

¡Uf! menos mal que me lo han dicho unos metros más delante de donde debía haber parado, si no lo hago bien y siendo mujer queda raro. Quedarme en un cruce taponando la circulación de otra vía, mientras descargo a otro de mis hombres, fue un poco más normal siendo mujer la conductora.

Hasta este momento no había hecho ni puñetero caso a ninguno de ellos, para mí, las voces que escuchaba eran de una tertulia de la Cope.  No os imagináis, tres hombres en el coche, un imposible. 

Los visualizaba a cada uno con su volante, con su lengua mordía, con los ojos como si llevaran gafas de culo de vaso de la casa de las bromas y con su palanca imaginaria. 

Bueno, no sé. Yo no alcanzaba a ver si era imaginaria o no, la palanca, ya te he dicho antes que la próxima vez que lleve el coche cargado de hombres no me pongo minifalda ni tacones, que luego pasan estas cosas.

Les hago caso y lo siguiente que me encuentro es una farola. 

- ¿Freno o desvío mi dirección? - les pregunté.

Bueno, es que en mi ciudad hay un tranvía que no ha funcionado nunca, y la vedad, ya los conductores no sabemos si estamos haciendo bien aparcando en las vías, cruzando por ellas, no sabemos si es correcto o no, pero si además vas con un coche cargado de hombres pues imagínate, la variedad de opiniones.

Menos mal que no tuve que aparcar, que me puse detrás de una fila de coches a la puerta de la discoteca. Pero no sin antes gritarles repetidamente que debía de hacer para aparcar, si pisar el freno o el acelerador. El último coche de la fila se acercaba peligrosamente. 

No penséis que se rieron, no, no, son hombres. La ironía no venía incluida en su componente genético. Gritaron los tres como locos al ver que yo seguía a gran velocidad y que si no contestaban embestía por detrás al otro coche:

-          ¡FRENA! ¡FRENA! ¡FRENA!
-          Uf! Gracias, menos mal, que haría yo sin vuestra estimada ayuda.

Otro día os cuento aquella vez que me equivoqué de carril con el coche lleno de niños, los míos y cuatro o cinco amiguitos más. Si lo sé tiene multa, pero soy mujer.

Un señor mayor con estética conservadora, en un coche de alta gama de cuyo nombre no puedo acordarme, no es que no quiera, es que no puedo por dos cosas, mi problema con la memoria temporal y a largo plazo, y mi condición de mujer. Mi condición de mujer, al menos a mí, me hace perder el interés en temas como coches, futbol, operaciones de fístulas y otras cosas.

No se por donde iba, es que se está haciendo muy largo este post, tengo los dedos fríos de teclear, tengo que dar de comer a mis pollitos  y me tengo que ir al campo a poner las once petacas que llevo en el maletero.

Bueno, este señor, comenzó a gritar, pitar, desde el segundo cero. Y se me caló el coche. Yo no suelo ponerme nerviosa por eso, sé que el coche de mi madre tiene ese problema, está muy perro, y cargado de niños hasta los ojo, o de hombres y petacas como anoche más.

Bueno, yo no me puse nerviosa, pero me lo hice. Empecé a gritar:

-          Señor, por Dios, sea usted más comprensivo. ¿No ve que soy mujer?

Los niños en el coche, se meaban de la risa, al escuchar en voz baja:

-          Ahora verás, vamos a tardar veinte minutos de reloj en sacar el coche.

Les dí una lección de vida, no hay que gritar ni ser grosero al volante, no hay que responder con la misma moneda, es mejor usar la inteligencia. 

Lo calé un siete veces, me daba mucho miedo las distancias largas, así que las maniobras que hice para salir, fueron innumerables. Menos mal que el señor de estética conservadora y coche de alta gama, no sabía que yo soy del barrio, del barrio viejo.

 SanJuanera y de la Magdalena, pa más señas. 

LVM

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