Estoy criando. Él ha vuelto a nacer en todos los sentidos.
Se le escapan peos pintores y no quiere que nadie se entere nada más que su
madre. Se espera a que llegue a casa para comer a solas conmigo para que nadie
vea como le arrimo la cuchara. Ya no se le cae la baba sobre su propia comida,
pero aún no termina de ser muy agradable para él que lo observen con lástima.
De mí no espera compasión. Sabe que la metedura de pata fue
suya y agradece mi compañía en casa igual que la agradecía en el hospital.
Ya no
hay secretos entre nosotros, los pelos del culo van fuera.
Tiene miedo a
cortarse con la cuchilla. No va a tener, si la cuchara la coge de perfil no
quiero pensar el culo como puede dejárselo. Le tiemblan las manos, le da miedo
la luz, las hormigas del suelo y muchas cosas que ahora ve.
Siempre pensé que la luz de la primera era espectacular. Gratuita
la luz de las farolas, al mismo tiempo puede ser torturadora. Él decide, la
verdad, es su lugar y su espacio, se bajan las persianas y punto.
Escribo para mí, por si algún día le sirve a alguien.
Escribo desde el convencimiento de que nadie como yo conoce la mente de mi
hijo, la de mis hermanos y la de mi madre. Nadie como alguien que estuvo
siempre en la cuerda floja para saber que es muy difícil de dominar esta fuerza
tan brutal.
Es difícil levantarse a las cuatro de la mañana, acudir al
trabajo remunerado a las ocho y media, salir a las dos y media, entrar dos
tardes de cinco a siete, ir todos los días al gym una hora después, no se sabe
el horario y continuar limpiando y atendiendo la casa con la gente que la
habita.
Estoy rizando el rizo. Pensé yo que era difícil trabajar dentro y fuera
de casa y atender a cuatro hijos sin ayuda profesional. Pues no, eso era coser
y cantar comparado con lo que estoy afrontando ahora.
Menos mal que me reseteo y cuando mi batería nuclear se
agota por la noche, la pongo a cargar con un poco de sueño hasta donde dure.
No
sé que haré mañana, no sé si me dejarán ir a Torrox, no sé si será Arbuniel o
el Camino de Santiago, no sé si será este año o el que viene, no tengo ni idea
de si mi hijo acabará buscando chicas en la universidad, no tengo ni idea de si
triunfaré de nuevo en este nuevo reto, pero lo que tengo claro es que moriré
luchando.
Si cumplo los objetivos expuestos anteriormente, lucharé por
mi granja, si la consigo lucharé por llenarla de locos y locas, bajitos o ya
más grandes, lucharé porque mi nombre suene como algo positivo, que nadie ni
grande ni chico cuestione mis
actuaciones en la vida, que no tenga dudas nadie, que no sea posible la
crítica, que de verdad al final no me equivoque en mis decisiones, que hayan
sido acertadas en cada momento.
Lucharé por morir en
mi chimenea, después de varios simulacros, lucharé por dormir en paz toda la noche seguida.
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