viernes, 27 de julio de 2012

TERCER LENGÜETAZO VIVO



Siguieron pasando los años por mi cuerpo y fui creciendo en la casa que tenían mis padres en Viladecavalls provincia de Barcelona.

¿No os he contado que nosotros también fuimos emigrantes? De los que salieron del pueblo para trabajar en las fábricas y colonizar ciudades que crecían a su alrededor, contaminando los cuerpos y las almas, de polución y nostalgia.

Entonces fue cuando conocí a Bacarisa. Su mamá se tumbó sobre ella sin querer y le reventó todas las tripas. Pero mi madre, que le daba lástima el animalico, se las metió dentro y la cosió.

Nos dejó que la cuidáramos pero nos dijo que posiblemente se moriría. La verdad, es un poco cruel que tus niños te pidan un perrito y tú les des un cerdo moribundo. Pero así es mi familia de salvaje.

Le dábamos el biberón delante de la estufa de gas, en una manta, y sorprendentemente, Bacarisa no murió. Mi madre, que nunca había querido que tuviéramos perros, ni cobayas ni ninguna otra mascota, no le quedó más remedio que dejar que conserváramos a Bacarisa.

Si había sobrevivido al aplastamiento y posteriormente a nuestros cuidados, ¿Quién era ella para negarle un hogar?

Para mi, Bacarisa no era una mascota, era una amiga, la hermana que siempre desee. Yo la sacaba de su pocilga y la bañaba y la cepillaba como si de un pony blanco se tratara. Le ponía una manta de montura y cabalgaba a trote cochinero por los campos.

Era mi pony, mi perro de defensa “¡anda que me iba a pasar a mi algo yendo con Bacarisa!, ¡anda que se me iba a acercar alguien con malas intenciones!

Me la llevaba a pasear por el campo y la ciudad, sin pudor ninguno. Eran los demás los que tenían mascotas aburridas, la mía… era la mejor. Yo la llamaba:

- Bacarisa ven… - y Bacarisa venía, aunque estuviera comiendo manjares exquisitos con sus congéneres, ella sabía que no era una cerda, que era de mi sangre.

De entre toda esa piara de cerdos, una cabecita levantaba las orejitas y corría a mi encuentro. A veces daban un poco de asco sus besos, pero, sarna con gusto…

¡Todavía noto el fresquito de su hocico en mi cara!. Se arreglaba con un refregón con la manga de mi chándal y a vivir.

Esta relación terminó cuando mi madre me contó que Bacarisa había encontrado un novio, y que se tenía que ir a vivir con él.

Más tarde me enteré que había alcanzado el peso ideal para ir al matadero, pero ya era demasiado tarde para mi cerda Bacarisa.

Después de esta experiencia traumática, mi vida con las gallinas, conejos y otros animales ya no fue lo mismo, y sobre todo no podía ver un cerdo sin parar de llorar, no se si fue este u otro motivo el que hizo que decidiéramos regresar al pueblo.

2 comentarios:

  1. Bacarisa que estas en los cielos...

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  2. je, je, je, je, menudos son mis progenitores, anda que la iban a dejár morir de vieja. jajajaj, para que luego no valiera su carne.

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