La vida es un proceso de cambios. Cuando eres niño eres
feliz con lo que te ofrece. Si no sufres ninguna pérdida importante, o no
llevas una mala vida de niño, con muy poco eres feliz. Después empieza la
adolescencia, es una época de desequilibrios hormonales y mentales. Los humanos
se enamoran, sufren, protestan, se rebelan contra todo, cambian…
Una mala época para casi todos. No se puede diagnosticar una
enfermedad mental a un adolescente, porque todos cumplen el perfil de un
desequilibrado.
Vamos bandeando la situación
porque sabemos que terminará esa época, si durara mucho tiempo acabaríamos con la familia.
¿Qué pasa cuando ya te enamoras, te estabilizas, formas una
familia, procreas y de pronto, tu pareja desaparece?
Puede desaparecer de dos
formas: separación o muerte.
Cuando tu pareja muere, queda en lo más alto. Su recuerdo es
bueno a pesar de la pérdida. Guardas malos momentos, sobre todo de la pérdida, pero todo lo demás se embellece. No suceden más hechos presentes, todo es pasado,
todo es bonito, como cuando recuerdas música antigua, anécdotas de tu infancia,
de tu familia y amigos.
Todos tienen buenos recuerdos de la mili pero que les
digan de volver a hacerla. Todo lo que no es presente es bonito.
Cuando tu pareja no desaparece, sigue estando en tu presente
de por vida. Hay un presente común que suele ser de discusiones y otro paralelo que también afecta al tuyo. Eso de que un ex es
pasado, es mentira.
Todos mis ex están de una manera u otra en mi presente y no
son espectros, son reales. Algunos nada o casi nada, pero otros hacen conmigo
presente cada día.
Una vez que se produce la pérdida en una u otra forma, la
bonita pero triste o la otra, se produce el hundimiento.
Todos absolutamente
sufrimos el mismo síndrome, el ahogamiento.
Somos niños en una piscina a los
que le han quitado los manguitos. Miedo, desesperación.
Buscamos nuestro flotador, creemos que no seremos capaces de nadar solos y si encima tenemos cargas familiares que nos empujan al fondo, que nos hacen pensar que no podremos con ellos, que nunca nadie querrá echarnos un cable, que estamos solos, que no seremos capaces, que nunca más tendremos pareja…
Buscamos nuestro flotador, creemos que no seremos capaces de nadar solos y si encima tenemos cargas familiares que nos empujan al fondo, que nos hacen pensar que no podremos con ellos, que nunca nadie querrá echarnos un cable, que estamos solos, que no seremos capaces, que nunca más tendremos pareja…
Así podría pasar horas hablando y hablando de sensaciones
angustiosas, pero paso.
Me aburre.
Me aburre.
Poco a poco, vas nadando, tragas agua, te enamoras, te
desenamoras, vives, sigues nadando y al final coges soltura, confianza. Ya eres
capaz de cargar con tus hijos, incluso juegas con ellos en el agua. Aparecen flotadores
que miras, juegas con ellos, nadas un poco o los dejas pasar para nadar más rápido.
Otros flotadores
que se quedan y te dejan descansar un tiempo. Y porque no, quizás en el momento
que menos lo esperes, aparezca el definitivo de tu nueva vida.
No es malo tener un flotador, no te sientas culpable por
eso. Pero tampoco pienses que sin él te ahogarás que no estamos en alta mar,
que nadando sin ellos, se echa un buen cuerpo.
Uf, mira que hablo ¿no? perdón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario