viernes, 23 de enero de 2015

LA CASA OJO

 No soy bipolar, simplemente siento según el momento. Ayer lloraba, bueno hoy a las cuatro de la mañana, no podía dormir. Me desperté a las seis. Dejé la casa preparada, los bocadillos, las lechitas de mis hijos, compré una barra de pan y una lata de sardinas y para el campo.

Subiendo lloraba de pensar lo mucho que me llenaba hacer esto, subir temprano, trabajar como una mula y construir.

Si, construir, he nacido para construir. No se si haré bien otras cosas, pero de lo que estoy segura es de que necesito construir.

Llegué Vacarisa estaba en casa. Menos mal. La volví a encerrar en el kiosco para que me dejara trabajar. Y empecé. Y continué. Y olvidé el agua. Y una hora, y otra hora, y una rueda, y otra más.

Cansada y contenta, eufórica diría yo. Diecisiete metros de corral, yo creo que no está mal. No tiene hormigón, que se pueda regar con una manguera a presión, no se podrá mantener esterilizada.

Pero con euforia y suerte, todo me fue saliendo bien.

Vino a visitarme mi vecino, el único afectado en esta historia después de mí. Si él me hubiera hecho un solo gesto de desaprobación, me hubiera hinchado a llorar. Pero no, me dijo:ç

- ¿Ves? Estas solucionando el problema, no quitándotelo de encima.

Y venga, y otra rueda y otra. Sin agua. El amargor del estómago en la boca. Pasa cuando te falta agua. Sol, altura, calor, en manga corta.

Atardece, hace frío ya, pero aún me queda masa, no puedo dejarlo a medias.


¡Qué bonito queda, qué cueva más fantástica! yo desearía tener una casa así, una casa ojo.



Gracias a mi Vacarris, hoy por fin, se ha hecho verdad, mi casa ojo. 


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