Aunque todo en mi vida parezca improvisado no lo es. Intento
ser fiel a un plan establecido en mi cabeza y la de nadie más. Cuando mis hijos
mayores tenían 12 años les dije que con 16 tendrían su propio apartamento, entonces
estaba felizmente casada, pero ya tenía en mi cabeza ideas que no exteriorizaba
para que nadie pudiera impedirlas. Con
mi segunda tanda de hijos ni te cuento, ya lo saben, mi palabra es ley.
Durante varios años previos a ser madre, había dedicado mi tiempo libre a
educar a otros niños y a observar a sus padres. Los errores y aciertos que aquellos
padres cometían con sus hijos, me servían a mí para prender para los míos.
¿Quién
me hacía ver los errores ajenos? los propios hijos e incluso sus padres, para
los que yo era en muchos casos su
confidente.
Por eso, cuando parí, tenía claro desde el principio lo que
debía hacer: vivir cada minuto con ellos como si fuera el último.
Enseñarles música,
cocina, a vivir en la naturaleza, a cantar, a bailar, a luchar y sobre todo, a
valerse por si mismos.
He hecho lo que he podido para mantenerme fiel al plan, un
plan que está en mi cabeza y del que nadie va a conseguir desviarme.
Agradezco
mucho a todas las personas que creen en mí, tanto como agradezco a los que no
lo hicieron, que me reafirmaron para seguir.
Estoy cumpliendo, no tengo un duro pero llego, no necesito
más, quizás algún sujetador de repuesto que de verdad los que tengo no están
decentes ni para el médico.
Ya no lo digo más, es lo que hay, no me desvía de mi rumbo
ni Dios, solo pueden frenarme, retrasarme, entretenerme… dicho sea de paso, que
a veces lo necesito, para poder descansar.
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