jueves, 4 de julio de 2013

57 DÍAS

Le brillaban los ojos mientras me susurraba su historia bajito para que no se enterara el abuelo, a pesar de llevar más de veinte años muerto. Muertos los dos su amor y su marido, ya no había motivos para esconderla, pero bajaba la voz y me hablaba en secreto para que no se ofendiera mi abuelo, que decía andaba aún por allí, a su lado.

En un pueblo de Andalucía, dos niños, siempre juntos, desde pequeños. A la espalda de la casa, las huertas. Tan solo con una pequeña hilera de palos amarrados con pita y piedras para delimitar.

Juegos y árboles frutales compartidos.

El pueblo terminaba suavizando sus colores en las huertas. Tras ellas, los campos de olivos, con algunos claros de cebada, para dar alimento a las bestias. Acequias que serpenteaban la tierra a la vera del río, cuarteándola por las lindes.

Huerta con huerta, dos niños, vecinillos.

Ella era la mayor de los hermanos, por lo que no tenía quien la cuidara. Desde el día de su nacimiento, él siempre pendiente de su Dolores, era su bebe. Solo era mayor por unos años, la distancia suficiente para saber a quién le tocaba cuidar de quién. Nadie podía hacerle nada a su niña, nadie se atrevía a tocarla ni a decirle nada con malas intenciones. Para eso estaba él, que era como su hermano mayor.

Era época de bonanza, no había llegado nuestra guerra. Había jornales para trabajar en muchas fincas. Andalucía, Extremadura, Castilla, no faltaba el trabajo, sin tener que salir muy lejos. Los productos tenían salida gracias a la guerra que se libraba fuera de España, y el trabajo abundaba.

Su padre pasaba largas temporadas fuera de casa para traer unos jornales, y cuando se lo permitía la situación familiar su madre y toda la familia salía junta a trabajar. Familias enteras viajaban en busca del pan, también la de Pedro Manuel.

El nacimiento de Dolores fue muy festejado en la familia, y ellos, aunque no de sangre, se consideraba como de la familia, vecinos de toda la vida.

La rivalidad del hambre no había comenzado, por lo que el nacimiento de un niño era recibido con alegría, no con preocupación.

Era todavía muy niña cuando comenzó la escasez. A pesar de que se hablaba mucho de reforma agraria y de reparto, al final todo quedó en unas pocas tierras arrancadas a los señoritos, que solo llegaron para unos pocos. La escasez de trabajo llevó a las revueltas, que eran reprimidas con gran violencia. El desarraigo de los que debían emigrar dejando casa y familia atrás, hizo aumentar el odio entre hermanos. La situación de crisis empeoraba cada vez más, debilitando la recién nacida república, y finalmente estalla la guerra y con ella más penurias y el hambre.

Por entonces ya los hijos se recibían con más preocupación y rechazo. Las hijas regañaban a sus madres por quedarse embarazadas, porque sabían que la carga era compartida. Sabían que si escaseaba el alimento, esa boca que venía, le quitaría el poco que había.

Él recordaba el nacimiento de Dolores como algo muy alegre. Corría el vino y sacaron la matanza para festejar. Así se lo contaba en las largas tardes que le tocaba quedarse al cuidado de ella, mientras los padres salían a trabajar o a la corta de olivo para conseguir leña para los fogones, a hacer picón para los braseros.
Era tan cariñosa, besucona y sonriente, que se llevaba de calle a todo el mundo.

Desde niños se amaban con ansia, corrían y crecían por las calles de su pueblo. Crecen y siguen creciendo y siguen creciendo, con solo algunos besos y miles de millones de palabras de amor.

Eran aún dos niños cuando todo explotó como se veía venir. Solo quince y diecinueve años. Todos los jóvenes estaban llamados para defender la República, a no ser que decidieran unirse al alzamiento.
Eligió el bando perdedor.

Eran dos niños, demasiado jóvenes para casarse, pero no para la guerra. Matar o que lo maten si, pero no hacer el amor.

Él le dijo, textual tal y como contaba mi abuela:

- Dolores yo te quiero y se que no voy a volver. Al menos una noche quiero que seas mi mujer.

Y así lo hicieron. Se escaparon juntos varios días, y al volver dijeron que se habían casado. Solo me contó eso, pero puedo imaginar lo que pudo ser esa escapada. Con la amenaza inminente de la guerra, con la muerte escondida tras las cortinas se amaron durante días como si se fuera a acabar el mundo… su mundo, en el que vivían desde niños, había terminado. Sabían que eran pocos los que volvían, y si lo hacían era para morir en casa.

Se fue a la guerra. Todos nos imaginamos guerras lejanas, de americanos y orientales en países exóticos, en la selva o en el desierto. Pero esta guerra estaba a tres kilómetros, al otro lado de las huertas, frente al río donde todos se bañaban de niños, antes de elegir uno u otro bando.

Las mujeres del pueblo cocinaban para sus maridos.

Ella siempre dijo que era su mujer.

Todos los días venia al pueblo el parte de bajas, todos los días, había lagrimas en el pueblo. Ella le hacía magdalenas y le escribía cartas. No sabia escribir, se las escribían. Encabezadas con aquello de “espero que a la llegada de esta carta estés bien”, y después lo que quería decir.

Él le hablaba de muchas penurias, de muertos, de hambre y frío. Luego le decía:

- Pero estoy bien Dolores, estoy bien.

Un día, el día cincuenta y siete desde su supuesta boda, estaba mi abuela en el portal de su casa, al fresquito de su siesta. Cuenta ella que sintió dos manos muy frías que le agarraban los pies desnudos, sin zapatillas. Se despertó de pronto y le dijo a su gente:

- Han matao a mi marío.

Dicen que fue así. Y al día siguiente, en el parte de bajas. “Su mario”.

Así lo llamó siempre “mi marío, mi primer marío”.

Fue de luto riguroso tres años. Imagina que viuda con quince años. Con la cara blanca y redonda de una niña, toda de negro, con su pañuelo en la cabeza.

Parece que veo a mi niña vestida para un concierto, solo le falta el pañuelo.

Las viudas han de ser viejecitas, con arrugas y canas. Esta viuda era una niña.

Después, un viudo con hijos la recuperó para hacer una vida. Muchos hijos y vivencias migratorias. Era muy bueno, mi abuelo era muy bueno.

Lo cuidó hasta el día de su muerte, con cariño desmedido, pero jamás pudo olvidar a su amor. No lo besó como lo besaba a él. Nunca añoró tanto sus besos, como lo hizo pensando en los de su primer marido, aquel al que mataron en la guerra, del que no pudo ver ni su cadáver.

Será por eso, que siempre pensó que continuaba disparando en aquel frente, a tres kilómetros, luchando para volver con vida con ella. Será por eso, que mi abuela hablaba de la muerte como un viaje, un paso más, el reencuentro. Nos decía:

- Que este mes también cobro, que paguéis el alquiler, a ver si me van a criticar después de muerta.
Dedicó su vida a sus hijos, y luchó hasta el día de su muerte por defenderlos aunque para eso tuviera que enfrentarse a más de un poderoso.

A su entierro acudieron yonkis, abogados, jueces, trabajadores sociales y madres. El día de su muerte, todos lloraron como niños chicos, todos menos yo. No pude viajar. Me lo impedían mis niños. Cargada como coneja hasta los ojos, no me dejaron viajar. No pude llorarla. No vi su cadáver y aún pienso que sigue en su casa, como ella pensaba que su primer marido estaba en el frente.

Les hablo a mis hijos de la Dolores como si no hubiera muerto. Al principio me decían:

- ¿Cuándo vamos a ir a conocerla?

Dolores, por fin te encontraste con tu amor.

No supimos su nombre hasta hace muy poco. Pudimos llevar su sangre, y no conocíamos su nombre. Hace pocos días, después de muchas llamadas y averiguaciones nos enteramos. Se llamaba Pedro Manuel. Una hermana visitó a mi abuela poco antes de morir. Seguían buscando su cuerpo, no estaba entre los muertos oficiales como pensábamos, era un desaparecido. Le dijo:

- Dolores, mira que si no murió y viene ahora y te busca.

Ella le contesto:

- Está muerto, si no estaríamos juntos.

Va por ti Dolores que siempre estás y estarás, aunque no estés. Pero haz el favor, deja de visitarme que no me das miedo pero todo lo que me cuentas va y se cumple. Malditas herencias las de mi abuela, un reloj de pared de plástico con los filos dorados, y una intuición del quince…

  

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