domingo, 18 de noviembre de 2012

IGNORANTE SOY segunda parte



Acomodaba su postura de mil formas diferentes sin llegar a la satisfactoria. ¡Qué posición tan incómoda! Con el día que llevaba y lo cansada que ya estaba antes, encima esto, dormir sobre una mesa. Metía las manos entres sus nalgas, estiraba una pierna, se giraba, volvía a acurrucarse en posición fetal, otra vez estiraba las piernas, ahora una sola, ahora la otra y otra vez volvía a su posición, siempre dándole la espalda. Pensó incluso bajarse al suelo, pero sabía que no podía ser por el frío.

-          ¡Míralo!, tan a gusto en su sillón con su braserito – rumiaba sus quejas.

No paraba de moverse y balbucear,  mientras él imaginaba mil formas de hacerla callar. Sisearle, palmotearle el culazo que tenía cada vez más cerca, todo menos ofrecerle su sillón. Estaba muy enfadado aún, aunque sabía que no tenía la culpa, debía pagar al menos un ratito.

Cuando ya estaba apunto de bajarse al suelo, sintió como su brazo se metía por detrás entre sus nalgas. Con la otra mano acercó los libros donde apoyaba su cabeza y la arrastró por la mesa de un tirón. La fuerza y el calor de sus brazos le hicieron sentir alivio al instante. Tenía su cara a una vuelta, pero ella no se inmutó.

-          ¿Qué pasa? ¿no estás cómoda?-  Le dijo al oído mientras retiraba con su nariz el pelo que cubría su oreja - ¿tienes frío? ¿por qué no me lo dices?

Por momentos entraba en calor, su sangre hervía por él sin tenerlo cerca, más aún así, indefensa a merced de sus brazos, de la fuerza de sus palabras.

No paraba de regañarla mientras enterraba su cara bajo su pelo. Mezclaba sonidos y besos, regaños y tequieros. Le hablaba de lo mucho que le había echado de menos, de lo fácil que era olvidarse de otras personas, de lo imposible que se hacía con ella.

Ella no se inmutaba. Ahora si estaba realmente enfadada. No eran necesarias aquellas palabras, tampoco guardarlas tantos días para sacarlas solo y exclusivamente gracias a la improvisación del destino. ¿Qué hubiera pasado si no se encuentran ese día? Ella lo tenía claro, que el silencio se hubiera cebado con ellos por muchos más días. Volvió la cara hacia él.

-          ¿Ahora me lo dices? No es necesaria tanta palabrería para echar un polvo. Yo lo deseo tanto como tú ¡gilipollas! Guárdate tus sentimientos, donde los tuvieras antes…

Siguió regañando, empujando con el culo hacia atrás para que la soltara. Cuanto más intentaba liberarse, más la apresaba. Sentía como su brazo le apretaba el coño, cada vez más caliente y excitado. Él hacía oídos sordos a sus reproches, mientras devoraba su cuello y buscaba entre sus ropas la piel de su vientre. Tenía las manos muy frías, tanto como su nariz, pronto entraron en calor.

Ella le agarraba la mano, forcejeando para que la soltara y él a su vez aceleraba más el ritmo, temeroso de su reacción.

-          Suéltame, si no te voy a hacer nada.
-          No que estás muy cabreada por lo de la estufa y el sillón. Que te conozco.
-          Que te he dicho que me sueltes, que te estoy avisando.
-          ¿Si te suelto te portarás bien?
-          ¿Qué voy a hacer? No pedo salir, tengo frío y estoy caliente.

Antes de que pudiera decidir, su tardanza la hizo desesperar y le metió un bocado en la mano que le hizo soltarla de golpe. En un instante la tenía sentada frente a él, con los pies como témpanos de hielo sobre sus nalgas. No sabía si quejarse por el mordisco o por el frío de aquellos pies. Sus gestos de reproche se mezclaban con los de disculpa. Expresiones de su cara que a ella la desarmaban.

Resoplaba en su cara, mientras él se quejaba del frío de sus pies. Ella bajó sus manos, levantó su sudadera y se las metió de golpe en el vientre.

-          ¿Y estas que? ¿No tienen derecho a entrar en calor? – le decía mientras amenazaba con hacer otra más de las suyas – ¿y esta que? ¿no tiene derecho a morder?

Acercó su boca los labios de él. Arremetió con un mordisco seguido de un beso. Su lengua buscaba el sabor añorado por tanto tiempo, sus ojos buscaban en su cara más carne para comer. Sus ansias le hacían apretar con sus manos el vientre con fuerza,  desarmarlo en su sillón sin poder ni tan siquiera abrazarla.

Ella empujó de un golpe la silla hasta topar con la pared y se incorporó en el suelo de frente. Se dio la vuelta hacia la mesa y le mostró su enorme culo.

-          No podíamos compartir el calor de tu estufa, solo para ti ¿no?

Se sentó sobre sus nalgas mientras se calentaba las manos. Él la cogió por las caderas apretándola con fuerza. No dejaba de hablar y reprochar mientras mostraba indiferencia a la vez que provocaba sus gestos. Las manos comenzaban a buscar por el interior de los pantalones, ambos dieron rienda suelta sus deseos por aquella noche, sin pensar en nada más. Al día siguiente todo volvería a la normalidad y volverían los silencios a los que estaban acostumbrados ya.

Sin bajar los pantalones siquiera, se buscaban entre las telas sus sexos. Sin necesidad de entenderse, ya lo hacían con gestos. Ya no había marcha atrás, había comenzado el juego, el que ambos deseaban desde hacía mucho tiempo.

Él despeja de inconvenientes ese culo que seguía como lo recordaba; duro, fuerte. Hasta daño se hacía en la mano para palmearlo, sin que ella se inmutara.

Está preparadísima y esperándole. No necesitaba más. Sus besos y sus amenazas lo habían puesto a mil. Solo con escuchar sus palabras, sus reproches y sus quejas, ya estaba preparado para penetrarla.

Pero además había tenido que aguantar, como le comía la boca, como le metía las manos por el pantalón, como aceleraba el pulso de su sexo con la amenaza de dejarlo así, aguantando el dolor de huevos.

Eso me pasa por quejita, por enfadoso, por orgullosos y malcriado. Me lo tengo merecido – pensaba.

-          Eso te pasa porque lo digo yo y aquí soy yo la que mando. Mi cabeza y mi corazón, ya van cada uno por su lado. Ya solo me falta, ser un poco más mala para que la vida me devuelva lo que merezco.

Esta mujer, siempre leyendo pensamientos.
Ella apoyada en la mesa, se dejaba hacer. Sin fuerza, sin ansias, rendida ante tantas ganas. Él la disfrutaba intranquilo, sabedor de que no quedaría la cosa así, no sin que cabalge un ratito en sus lomos.

- Ven aquí, ven. ¿eres capaz de abrazarme también?. Muerde ¿solo eres capaz de hacer una cosa? !acércate inútil! que quiero sentir tu peso... así, lento ¿qué prisa tienes?

Parar en el momento adecuado para alargar el placer, era una de las cosas que mejor sabían hacer. Ella lo sienta de golpe, llegó su turno. En cuclillas, con los pies sobre el sillón, abrazada a su cabeza, besando su frente, mordiendo su pelo y ofreciéndole su pecho. Queda indefenso.

Sus embestidas lentas no dejaban espacio entre ellos. El momento se clava en el recuerdo y les hace esclavos para siempre de él. Otros muchos cuerpos pasarán en futuros venideros, pero ninguno tan deseado como aquel. El de ella, el de él.

Y al terminar, más besos y consejos. Y algunos recuentos. Propósitos de enmienda y más besos.

Y se quedan rendidos, dormidos abrazados. No queda mucha noche por delante, fueron muchos los momentos de sexo. Puro y duro o con amor, ¿que más da eso?

Dormidos solo despiertan, al escuchar el perdón de una compañera ____ y la puerta.

Levanta la cabeza de su pecho, lo mira con los ojos negros de rime y el pelo descuidado. Como una niña chica que estaba durmiendo. No escucho nada, solo pudo ver su gesto.  

- ¡Nena, no te rías que no tiene gracia! ¡Te he dicho que no te rías!

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