viernes, 14 de diciembre de 2012

ANÓNIMO UNO



Llámame loca querido anónimo, es un honor para mí, de casta me viene. En tu familia presumirás de médicos, literatos y culturetas, yo presumo de venir de una familia de locos de atar. Artesanos, artistas, cartoneros y feriantes, amadores de la vida.

Yo si se la diferencia entre querer y amar: El ansias.

Mis niños heredaron “el ansias de amar”. Mi hijo mayor se enamoró de una niña, varios años más grande que él. Una vez la vio llorando, la miró y  le quitó las lágrimas diciéndole: “no llores que me da ansias”.

Fue el momento más romántico que he visto en mi vida, allí delante de todos, como yo suelo hacer. No me escondo, cuando amo es con ansias y cuando escribo es con pasión.

No se porqué me lees anónimo, si no te gusta lo que digo. Me resisto a no conocer tu cara. Te perdono todos los agravios si me concedes una cita a ciegas. Prometo no tocarte un pelo. Los locos tenemos fama de violentos pero también estamos los tontos del pueblo.

Yo soy del pueblo anónimo, además me reconozco tonta, no escarmiento.

Quiero conocerte y que me cuentes, ¿qué te motiva mandarme al psiquiatra cada vez que me hablas?

Yo no me quiero curar, anónimo. Esta locura es mi líquido amniótico. Mi vida es más feliz e interesante desde que dejo que ella gobierne mis pasos. Ella es mi Simón dice.

La locura dice que te conozca, que te disuelva la rabia que me tienes. Quizás ya nos conozcamos. Si es así y te hice daño, aclarémoslo. A no ser que seas mi exmarido, nada está perdido entre nosotros. Una conversación amistosa desarmará todos los malos pensamientos sobre mí. Soy muy vulgar y cercana. No se porqué me tienes esa rabia.

(…)

Aquel día recibió un mensaje de su anónimo. Era él seguro, sus palabras tenían rabia. Quedaron en verse en la esquina de una antigua cárcel en su ciudad. Ya no había cárcel en aquel sitio, en su lugar se erguía un edificio nuevo, que llevaba en construcción muchos años, pero todo el mundo seguía quedando en la esquina de la cárcel.

Olvidando los consejos de sus amigos que temían por ella, decidió como siempre enfrentarse al miedo y solucionar el tema. Aquella misma tarde comentaba con su hermana los anónimos que recibía, siempre de la misma persona, o al menos así sospechaban.

-          Si algo me pasara algún día – le dijo – será porque está de ser, el miedo es una tenaza que no conozco.

Ella no necesitaba identificarse, ya daba la cara. Lo esperaba nerviosa mientras él la observaba desde un parque cercano, sentado en un banco. La impaciencia la invadía. Miraba la hora en el móvil, una y otra vez. Fruncía el ceño, volvía a mirar. Buscaba entre los transeúntes un gesto que le indicara que era su anónimo. Nada. ¿se retrasaba su anónimo o la dejó tirada?

CONTINUARÁ…

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