Tomando el sol en mi terraza, observo que ya no se me pega
con gracia. Mis carnes cada día están más viejas. Esos lunares y pecas tan simpáticas,
cada día están más feas.
De pronto pienso: este cuerpo va a peor, hay que disfrutarlo antes de que le
sobrevenga la muerte.
Es como cuando tienes fruta en la nevera, los primeros días
no te apetece, pero cuando se empieza a picar te la comes deprisa y
corriendo, con ansias.
Pronto mis lunares se convertirán en manchas de la edad. Les
dará mucha risa a mis hijos cuando les diga que solo son arrugas de expresión.
Y yo aquí escribiendo, pero con una cabecica muy tonta y
selectiva, que no me permite aprovechar este cuerpo que Dios me dio.
Y es que, ya lo dije una vez, ya quisiera yo tener un chocho
menos delicaillo.
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