jueves, 25 de abril de 2013

LA VECINITA



Y cenaron como vecinos aquel día. Ella se puso su mejor disfraz. Relajados pasaron una noche fantástica, todo como estaba previsto. La dejó en casa como estaba previsto. Se despidieron con risas.

Había transcurrido tanto tiempo desde aquel primer intento de cita a ciegas que se le pasaron las ganas. Habían hablado de tantas cosas que se disiparon todos los misterios. Ya no quedaba apenas deseo, solo unos restos de curiosidad.

Él hacía gestos continuamente, pegadizos y simpáticos. Podía sonreír de pronto en casa sola, recordándolos. Entre sus inconvenientes muchísimas cosas.

No tenía ni idea de cómo colocar los muebles para conquistar a una mujer. Sus sillones estaban dispuestos uno frente al otro, flaqueados por una mesa inservible de esas que te atizan en las espinillas por la noche cuando caminas a ciegas buscando tabaco. Tendría que empezar por cambiar de casa para albergar a la reina aunque solo fuera por unas horas. No tenía terraza, no se podía tocar el cielo en ella.

No sabía besar ni bailar. Tendría que empezar por enseñarle. No doblaba bien las muñecas, eso, sería un gran escollo para salir adelante.

Ya no se deseaban, lo suyo era peor.

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