miércoles, 14 de marzo de 2012

UN TOMATE DE TU HUERTO

 Este relato viene de SIENTO COSAS

Y llegó el fin de curso. La fiesta fue perfecta, la convivencia con los padres, el cariño de los niños. Lágrimas y abrazos de despedida. Por fin el descanso. Por delante dos meses de trabajo más relajado. Evaluar, corregir, estudiar y preparar para el próximo curso. Sobre todo, recargar energías y descansar.

Y el huerto. El aire libre y la alberca. Escondidas tras nuestros muros, podíamos olvidar los problemas cotidianos del resto de los mortales. A salvo de prejuicios, a salvo de miradas y críticas. Nosotras podíamos vivir lo nuestro con la conciencia limpia del trabajo cumplido, sin tener que dar explicaciones a la sociedad. Allí dentro solo teníamos que rendir cuentas a nosotros mismas y a Dios.

Feliz, era la palabra. Tranquila. Con la ilusión de una niña.

Las bromas y los cariños se sucedía a diario entere nosotras. El huerto era nuestro refugio, la casa de aperos nuestro hogar. Las cañas de las matas de tomates, nuestra cortina de humo. Ese era nuestro paraíso particular. Mordida la manzana, ya no debíamos reprimir nuestros instintos.

Aquel día la encontré escondida tras las tomateras, recogiendo. Agachada. Ya la había visto así varias veces, pero aquel día estaba traviesa mi mente. Me acerqué despacio, retiré de golpe sus faldas y le di un fuerte manotazo en la nalga. No quería dar tan fuerte, pero me salió así. Por el sonido y el salto que dio, fue un verdadero palmetazo en el trasero.

Que cara de sorpresa más graciosa se le quedó. Paralizada al igual que yo. Como dos guerreras samuráis en espera de una gran lucha. En nuestras caras se mezclaba la agresividad y las risas contenidas.


Bajo la cabeza y subió la mirada amenazante.

-          No, no, no. ¡ha sido sin querer! Que llevaba varios días pensándolo, te he visto ahí … no quería, pero … no, no, no perdóname, anda ¿si? – le dije con carilla de perrilla chica.

Avanzaba lenta y amenazante intentando que no huyera y al principio lo consiguió. Pero cuando casi la tenía encima comencé a correr sin mirar atrás. ¡Qué bruta esta mujer!

No mide sus fuerzas. No pude dar más de tres pasos, cuando noté como unos brazos amarraban mis piernas a la altura de las rodillas, sin pensárselo dos veces, se me había tirado en plancha. Rastreando por mi cuerpo me dio la vuela y me inmovilizó con mucha facilidad. Contra eso no tenía nada que hacer. Agarrándome con brazos y piernas, solo quedaba un pequeño lugar para pataleo. Pero pronto me amansó como una gatilla abandonada en manos de un niño de diez años y ochenta quilos de peso.

-          ¿Ahora qué? – me dijo con gesto macarrilla. Le faltaba morderse la lengua en señal de amenaza – no inicies algo que no puedes terminar. ¿Tú sabes lo que es un beso de vaca? ¿eh? ¡dí!

Yo suplicaba una y otra vez perdón. Pero ella no estaba dispuesta a soltar tan fácilmente su presa. No le costó cazarla, pero ahora ejecutaría su venganza.

-          No, no que va a venir alguien y verás.
-          Todas las hermanas están en oración, es su obligación como nosotros hoy trabajar aquí, pero tu… tu eres una lambrija que no se como se atreve con gente mayor. ¿Besitos? ¿besitos de vaca? – me decía mientras me mostraba maliciosamente su lengua.

No sabía si llorar o reír. Comenzaba a notar humedad en mi espalda. Estábamos en una poza de regadío. Ella comenzó a lamer mi cara, no de forma muy sensual que digamos. Mientras emitía sonidos parecidos a la de una vaca, me llenaba toda la cara de babas. No era una agradable sensación, precisamente.

-          No, no, aaagg, estamos en una poza, nos llenaremos de barro.
-          ¿Barro? No me des ideas.

En ese momento vi como buscaba su munición, y al descubrirla, su mirada se tornó lunática.

-          mmmm barrooo

Forcejeamos un poco, para que no consiguiera nada, pero, era imposible, estaba en sus manos. Con un puñado de barro en la mano y la tranquilidad del gato que juega con su ratón antes de comérselo. Comenzó a pegotearme por el cuello, la oreja, el pecho…

En ese momento intentó dar otro beso de vaca, y la cacé. Antes de que llegara a mi cara yo busqué su boca. La atrapé al vuelo y la devoré. No pudo hacer nada, comenzó a perder fuerza. A más la besaba, más se debilitaba. Un mordisco aquí, otro más cerca de su cuello, su oreja y ya la tenía casi vencida cuando.

-          Noooo, se lo que pretendes. Eres una víbora. ¿quieres vencerme en tu terreno? Pero yo, llevo el mando estoy arriba.

Con una sonrisa vencedora en la cara, moviendo las cejas una y otra vez, comenzó a jugar con el barro. Sentí el frío en mi pierna, como subía por mis nalgas y apretaba mi sexo. Después mi vientre y subiendo por el interior de mi ropa, llegó hasta mi pecho.

No paraba de besarme con fuerza. No la había visto nunca así, atrás quedó la dulzura de los primeros días. ¡Cómo me gustaban esos besos enfadados! Ese día descubrí sus miradas maliciosas

Agarrando mi pecho con la mano, llena de barro, mientras bajaba por mi cuello y lamía mis pezones. No podía escapar, estaba vencida por completo. En ese instante, nadie podía con ella.

-          ¡Quita, quita, viene Sor Patrocinio!
-          ¿Cómo? – dio un gran salto y se retiro.

Me coloqué la ropa, cogí un tomate y salí del huerto.

-          ¡Qué bien cuidado Sor Amor! Nadie como tu para cuidar así este huerto- disimulaba mientras limpiaba el tomate con mi ropa para comérmelo.

Ella me miraba haciéndome gestos preguntando si venían, mientras se colocaba bien la ropa y se sacudía el barro. Me senté bajo un árbol mientras seguía disimulando.
Mis miradas de malicia se cruzaban con las suyas de miedo y vergüenza.

Una sonrisa me delató. Nadie venía a descubrirnos. ¡Qué cara de cabreo! Casi me muero de la risa en ese momento, sabedora de ser la ganadora de aquella pelea. La astucia pudo con la fuerza en aquella ocasión.

Continué con mi tomate, mientras la miraba insinuante y burlona. Se quedó quieta todo el tiempo hasta que terminé de comer aquel tomate. Mis mordiscos le hacían imaginar, que podía hacer con mi boca si ella fuera objeto de aquella degustación.

-          Esta noche vienes y me das otro cachetazo, verás el bocao que te meto en la teta.
-          Esas no son palabras propias de una religiosa.
-          No, pero yo soy de pueblo, ya me conoces. Ya es hora de que yo reciba, y me demuestres lo que sabes hacer, no precisamente con un tomate como este.

Se alejó del lugar con paso decidido, sacudiendo su ropa, hablando a regañadientes  y sin mirar atrás.

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