Es curioso, que me cuentan, que hay personas que dicen que
me conocen, que son mis amigos, que me quieren muchísimo y yo ya ni los
recuerdo. Siempre me hago la loca para no dejarlos mal, pero yo pienso que la
amistad es otra cosa.
Puedes perder el contacto por mil circunstancias con un
amigo y lo seguirá siendo mientras en el reencuentro te dé alegría, muchas ganas de besarlo y de tocarlo, de parar
el reloj, de interrumpir para aclarar detalles por ambas partes, con ansias y hasta
con ganas de pegarle bocaos de los nervios.
Si cuando vuelvas a ver a ese amigo, le dices:
-
Taluego – o quizás - ¿cómo estás? ¿Qué tal los
niños? Me alegro de verte. Igualmente.
Ese, ya no es tu amigo, si algún día lo fue, dejó de serlo.
Los amigos no son un título nobiliario, si no se cuidan, se
pierden.
Yo tengo amigos a los que no veo hace tiempo y que si enganchara ahora
mismo les exprimiría los sesos hasta sacar desde la primera semana que pasó
desde que no nos vimos hasta la última comida que hizo ayer, como fue la
digestión y el desecho de materia orgánica. Da igual los años que pasen.
Otros, que ya no son mis amigos, por supuesto, aunque ellos
presuman de serlo, a los que no les contaría ni que mi padre ha muerto.
Por supuesto sus cosas tampoco te interesan, suelen ser
analizadas en busca del final, a ver cuándo termina, a ver cuándo se cansa,
ufff … ¡ Qué aburrimiento! Eso ya lo ha dicho ¿no?
Con los amigos verdaderos te cuentas hasta los ligues, los
viajes, las cosas que haces, las que vas a hacer, las que ya están hechas.
Con
los otros no puedes, porque sabes que les daría envidia cochina si son buenas y
que en el fondo se alegrarían de las malas y dirían aquello de:
-
Ves, te lo dije.
-
¡Qué te den!
Se me ha escapado un pensamiento, no suele ser habitual en
mí.
O sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario