martes, 17 de marzo de 2015

REPROCHAR Y TRAGAR

Sé lo que es pasarte el día reprochando para después tragar. Pasé muchos años haciéndolo, por eso ahora tengo intolerancia a las los reproches, a las discusiones, a forzar los gestos…

Cada uno que haga lo que le apetezca hacer en su vida, yo simplemente me quedo o me voy.

Mi casa era un campo minado de cosas viejas, también antigüedades, pero sin restaurar, sin limpiar, puras reliquias. Cosas tan absurdas como una lavativa que teníamos en el mueble del salón, al lado de la televisión.

Me pasé la vida reprochando no poder poner ni un solo recuerdo de mi vida, ni un solo detalle personal, nada que pudiera indicar que esta casa era mía, que estas estanterías contenían mis recuerdos, ni sitio para un dedal de esos de porcelana.

Nada, solo cosas inservibles, feas, que desprendían olores desagradables, tristes, apagados y muertos. ¿Qué hacía yo?
Reprochar y tragar.

Ahora mi casa es preciosa, solo a mi gusto y el de mis hijos. Los he dejado pintar en las paredes, llenar de fetiches sus estanterías… ya no hay nadie que quite ni ponga nada, solo nosotros, nada que reprochar, no nos vamos a echar en cara a nosotros mismos lo horteras que somos.

Es curioso que al mismo tiempo que desaparecen antigüedades de mi casa, mi dinero permanece en mi cuenta corriente. No sé si será mera coincidencia, pero ahora gano la mitad de lo que ganaba hace unos años y sigo teniendo dinero para todo. Me permito algunos lujos como pizzas a domicilio, cervecitas los viernes, desayuno en el bar (no un sanwich en el trabajo) nos compramos más ropita que antes, nunca falta el jamón de mi nevera…

¿Es  curioso no? ahora no tengo nada ni a nadie a quien …

Reprochar y tragar.

No salíamos con amigos de cañas con los niños, no había dinero y no era necesario. Ahora es cuando he llevado a mis niños al cine, no era necesario.

Como no es necesario que mi hijo mayor estudie lo que le gusta, pero como yo tengo dinero para todo lo que me da la gana, pues ahí está, estudiando fuera de casa.

Yo cumplo mis promesas. Aún recuerdo aquél día que mi hijo hablaba en la mesa de lo que quería ser de mayor y alguien lo interrumpió para decirle que él no podría estudiar lo que quisiera, que tenía muchos hermanos y que no se podía.

Ignorando la presencia de la emisora del mensaje, miré a mi hijo, que tenía los ojos brillantes y le dije:

-          Tú no hagas caso de tonterías, que estudiarás lo que quieras que para eso está aquí tu madre, que todo lo consigue por cabezona.

No creo que se le olvide aquello, menos hoy que está viendo como cumplo mis promesas y sin ayuda de nadie.

Aquellas cosas “no necesarias” eran sustituidas por antigüedades que nos “regalaban“ y que supuestamente valdrían mucho dinero algún día.

¿Y yo qué hacía?

Reprochar y tragar.

Cada seis meses hacía limpieza y tiraba un camión de cosas, con el consentimiento oportuno claro. Pero era yo la que acababa con las manos llenas de heridas, el pelo blanco de polvo y las bolsas de basura gigantes en aquellas limpiezas.

Reprochar y tragar.

Ahora llevo una vida natural y tranquila, sin compromisos. 

Disfruto de los momentos, no soporto reproches ni me esfuerzo en tragar estopa. 

Ahora en mi casa, no queda espacio para nada que no tenga utilidad. Mi casa huele a hogar, no a museo. En la planta donde guardábamos los tesoros, ahora hay dos minicasas para mis hijos. 

Cada uno debe mandar en su propia vida. Ya no hay nadie a mi lado que tenga nada que…

Reprochar ni tragar. 


LVM

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