Sé lo que es pasarte el día reprochando para después tragar.
Pasé muchos años haciéndolo, por eso ahora tengo intolerancia a las los
reproches, a las discusiones, a forzar los gestos…
Cada uno que haga lo que le apetezca hacer en su vida, yo
simplemente me quedo o me voy.
Mi casa era un campo minado de cosas viejas, también
antigüedades, pero sin restaurar, sin limpiar, puras reliquias. Cosas tan
absurdas como una lavativa que teníamos en el mueble del salón, al lado de la
televisión.
Me pasé la vida reprochando no poder poner ni un solo
recuerdo de mi vida, ni un solo detalle personal, nada que pudiera indicar que
esta casa era mía, que estas estanterías contenían mis recuerdos, ni sitio para
un dedal de esos de porcelana.
Nada, solo cosas inservibles, feas, que desprendían olores
desagradables, tristes, apagados y muertos. ¿Qué hacía yo?
Reprochar y tragar.
Ahora mi casa es preciosa, solo a mi gusto y el de mis
hijos. Los he dejado pintar en las paredes, llenar de fetiches sus estanterías…
ya no hay nadie que quite ni ponga nada, solo nosotros, nada que reprochar, no
nos vamos a echar en cara a nosotros mismos lo horteras que somos.
Es curioso que al mismo tiempo que desaparecen antigüedades
de mi casa, mi dinero permanece en mi cuenta corriente. No sé si será mera
coincidencia, pero ahora gano la mitad de lo que ganaba hace unos años y sigo
teniendo dinero para todo. Me permito algunos lujos como pizzas a domicilio,
cervecitas los viernes, desayuno en el bar (no un sanwich en el trabajo) nos
compramos más ropita que antes, nunca falta el jamón de mi nevera…
¿Es curioso no? ahora
no tengo nada ni a nadie a quien …
Reprochar y tragar.
No salíamos con amigos de cañas con los niños, no había
dinero y no era necesario. Ahora es cuando he llevado a mis niños al cine, no era
necesario.
Como no es necesario que mi hijo mayor estudie lo que le
gusta, pero como yo tengo dinero para todo lo que me da la gana, pues ahí está,
estudiando fuera de casa.
Yo cumplo mis promesas. Aún recuerdo aquél día que mi hijo
hablaba en la mesa de lo que quería ser de mayor y alguien lo interrumpió para
decirle que él no podría estudiar lo que quisiera, que tenía muchos hermanos y
que no se podía.
Ignorando la presencia de la emisora del mensaje, miré a mi
hijo, que tenía los ojos brillantes y le dije:
-
Tú no hagas caso de tonterías, que estudiarás lo
que quieras que para eso está aquí tu madre, que todo lo consigue por cabezona.
No creo que se le olvide aquello, menos hoy que está viendo
como cumplo mis promesas y sin ayuda de nadie.
Aquellas cosas “no necesarias” eran sustituidas por
antigüedades que nos “regalaban“ y que supuestamente valdrían mucho dinero
algún día.
¿Y yo qué hacía?
Reprochar y tragar.
Cada seis meses hacía limpieza y tiraba un camión de cosas,
con el consentimiento oportuno claro. Pero era yo la que acababa con las manos
llenas de heridas, el pelo blanco de polvo y las bolsas de basura gigantes en
aquellas limpiezas.
Reprochar y tragar.
Ahora llevo una vida natural y tranquila, sin compromisos.
Disfruto de los momentos, no soporto reproches ni me esfuerzo en tragar estopa.
Ahora en mi casa, no queda espacio para nada que no tenga
utilidad. Mi casa huele a hogar, no a museo. En la planta donde guardábamos los
tesoros, ahora hay dos minicasas para mis hijos.
Cada uno debe mandar en su propia vida. Ya no hay nadie a mi lado que tenga nada que…
Cada uno debe mandar en su propia vida. Ya no hay nadie a mi lado que tenga nada que…
LVM
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