lunes, 11 de marzo de 2013

MAMÁ ¿QUÉ LE PASA A PATO?

El tío la vara, el cansino histórico, la Blasa y la vieja el visillo, todo en una niña de nueve años, que para más información, mi amiga “la Fea” dice que es igual que yo.

Yo también fui una hermana odiada por mis hermanos. ¿Por qué?

No les dejaba salir de casa los sábados hasta que no hicieran sus camas y recogieran su cuarto. Después me tocaba a mi el mía y el resto de la casa. Mi madre trabajaba limpiando por horas las casas de otros niños y niñas. La verdad que no entendía muy bien, si esas madres no trabajaban porqué no limpiaban ellas solas sus propias casas, pero así es la vida de cruel.  

¿Como puede una niña pequeña, conseguir que tres hermanos mayores que ella, le hagan caso? Cerrando la casa con llave y encerrándose en el baño.

¿Qué hacían ellos cuando me pillaban? me encerraban en el balcón y se iban a jugar a la plazoleta.

¿Qué hacía yo? Saltaba por el cierre de mi vecina del primero, “la Lola”, picaba la puerta de la vecina del segundo A, caminaba por la viga que hay entre los tendederos y entraba por la ventana de la cocina. Y así sucesivamente.

¡Qué le vamos ha hacer nena, somos odiosas!

Ya te tengo dicho mil veces, que no le busques la ropa a tu hermano por la mañana, que no le limpies las gafas, que no le hagas la cama, que no lo vistas, entre otras cosas porque tiene tu misma edad. Te he visto ponerle los calzoncillos y los calcetines desde que aprendiste tú, ¡pero ya tiene nueve años nena! No sabe atarse los cordones, se pone y quita las zapatillas sin hacerlo, y te busca cuando se le desatan.

Si, ya se que es muy inútil el Gitano, y que te pone muy nerviosa porque no sabe, y que además te hace ojitos y te ríes y te puede con su encanto.

Mis hermanos mellizos eran un año mayores que yo, supuestamente, y también opinaba lo mismo que tú, que eran unos inútiles.

Y es que a mi niña le gusta mimar y proteger a todos los que la rodean, y se preocupa por ellos, por eso mira tras las cortinas, y me recuerda las cosas que hacen mal, para que yo les regañe y los eduque como Dios manda.

Por si se me olvida, me recuerda en cada momento quien está castigado y porqué.

Y es que mi niña, ama y protege a todos los seres vivos. Abraza con energía desde pequeña a todo el mundo. A mí a veces me da corte, porque no conoce a la gente y le da besos y abrazos. Es así de cariñosa. No escarmienta, eso que una vez abrazó a su amigo Pato más de la cuenta y se le quedó la cabeza colgandera.

-          Mamá que le ha pasao a Pato – dijo.

Con una mano sujetaba el cuerpo de pato, que estaba bastante relajado. Con la otra mano sujetaba su cabeza por detrás, y la giraba a izquierda y derecha, muy rápidamente. Pero cuando le soltaba la cabeza, se le caía.

-          Se ha muerto un poco – le dije.

La reacción de la niña fue tan escandalosa como sorprendente. Ella no lo sabía, pensaba que estaba durmiendo o un poco chalao. 

-          ¡Nooooo! ¡Pato no está muertooooooo! – decía con su voz de Aretha Franklin.

La niña tiene una voz indescriptible. Su tito le dice desde muy pequeña que es, “la niña que se tragó la garganta de un adulto”. No ha sido melonera como yo, pero quizás en el conservatorio quieran educarla. Una vez desde la cocina, la escuché cantar en ispaniglis a gritos en la calle, a tres plantas de mi ventana. Era ella, Aretha, estaba allí mismo, conmigo en la cocina.

Ver a la niña gritando, negando lo evidente me produjo mucha risa. Yo me río cada vez que me pongo nerviosa, a ella le pasa lo mismo y eso suele dar rabia a los que nos rodean. No nos comprenden.

En ocasiones tengo sentimientos para los animales, pero Pato llevaba en casa pocos días para que a mi duro corazón le hubiera podido hacer efecto.

Yo, intentaba disimular todo lo que podía la risa, para no parecer cruel, pero la niña se dio cuenta, y más gritaba, y más negaba y más rabiaba.

-          Mamá, no te rías, es mentira ¿Verdad? ¡a que no está muerto, a que no se ha muerto!– decía entre sollozos y gritos desconsolados.

Me seguían produciendo mucha risa sus gritos.A más gritaba, más me reía yo. Sujetando la cabeza del pato por detrás, lo miraba a los ojos a ver si podía encontrar explicación a todo aquello. Solo tenía tres o cuatro años, era la primera vez que se encontraba con la muerte tan de cerca. 

Yo agachada a su lado, intentando abrazarla y consolarla sin que me diera risa y ella enseñándome a Pato, poníendome el pico entre ceja y ceja, para que le confirmara mis sospechas,  como si yo pudiera hacerle un escáner celebrar a para asegurarnos de que estaba muerto realmente.  

-          ¡ Nooo! mamá, no se ha muerto pato, mira, mira – giraba la cabeza a los lados buscando sangre o alguna evidencia -  ¡cómo se va a morir pato, que no está muerto! -  protestaba  con tanta fuerza y rabia, que tuve que negarlo.  

Le quité corriendo a pato de la mano, y le dije:

-          No espera, ¡está vivo, está vivo! aún le queda un poco de vida, vamos a llevarlo al hospital.

Y corriendo salí a la calle, a llevar a pato a casa de mi vecina, que lo tirara a la basura.

Luego al volver a casa los pocos minutos más tarde:

-          Han conseguido salvarlo, pero está muy malito, no te preocupes, se salvará.

Adela respiró con alivio. No tuvo admitir la muerte tan inmediatamente, necesitaba su tiempo. Al día siguiente me preguntaba y llamábamos al hospital a preguntar.

-          Dicen que lo tienen que operar a vida o muerte, que nos esperemos lo peor, pero que a lo mejor se salva.

Pasaron los días y la niña que no se olvidaba de Pato. Ya no me preguntaba tan seguido, pero no creas que se le olvida fácil las cosas a esta niña.

Un día, después de mucho tiempo, paseando por un mercadillo vio un puesto de patillos, y me miró sorprendida, aspiró aire y me dijo muy indignada.

-          Mamá, ¿y Pato?
-          ¿Tú te acuerdas que lo operamos a vida o muerte?
-          Si.
-          Pues le tocó muerte.

Puso cara de tristeza unos segundos, la verdad se le notó un poco la sobreactuación, ¿ya te he contado que es muy teatral mi niña? Como yo. Después le volvió la crueldad natural que tienen todos los niños en lo que respecta a la muerte.

-          ¿Me compras otro?
-          No.
-          Vale.

No insistió mucho, en el fondo no lo quería, era pedir por pedir.

Es muy escandalosa y teatral, que le vamos ha hacer. Mira su hermano, también durmió una vez un canario, pero fue mucho más discreto. Se acercó a mí mientras fregaba los platos en la cocina, me tiró de la ropa para llamar mi atención y me lo enseño dormido en su mano.

-          ¿Se ha dormido?
-          Si – contestó rápidamente.
-          Pues ya está, dame que lo lleve a la cama.

Bajó la cabeza y no preguntó. Estaba apunto de llorar, pero no le gusta demostrar debilidad. Otra vez, un gorrión. También se murió un poco, pero antes de que se dieran cuenta, lo cogí de la caja, hice como que volaba por la habitación y lo tiré rápidamente al solar que tengo al lado por la ventana diciendo:

-          Mira, mira se ha volado, ha vuelto con su mamá.

Y así pasaron por mi casa, muchos animales. Cuando una se hace madre, se asalvaja bastante con la muerte de los bichos. Solo sufre si ellos sufren, pero es por dolor ajeno.

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