Sobre la cama, en posición fetal, lloro como un bebe. ¿Qué voy a hacer?
Abro la mesilla, buscando pañuelos y me encuentro su lubricante. A buenas horas pienso, ya no tienes nada que lubricar tú. Sin querer tengo el bote entre mis manos, lo abro, pongo un poco en la punta de mis dedos, recordando viejos tiempos.
Recuerdo su pelo, recuerdo su piel, recuerdo sobre todo su sonrisa, sus tonterías, sus bromas. Recuerdo el cariño con que trataba a todo el mundo. A todo el mundo no, a todos menos a mi. A mi no, conmigo, era diferente. Estaba ya establecido que me quería, no tenía que demostrarlo.
No le culpo ni le echo en cara, yo hacía lo mismo. Tantos años juntos, que nos creíamos un valor seguro, para los dos, y mira hoy, no está. Se fue.
Poco a poco, mis dedos escurren con la crema, un poco más, se llena mi mano entera. Después la otra, ahora ¿cómo me limpio? Bueno, intentaré dormir. En mi posición más cómoda. Ya estoy, así, como un bebe en el vientre de su madre, en su vientre.
No puedo, no puedo dormir, pienso y me excito. Pienso en nuestras noches y en nuestras siestas. Me excita pensar. Cuando cocinaba o cuando gritaba a los niños, todo me excita.
Tumbado en su cama solo, no puede evitar que su cuerpo comience a reaccionar ante recuerdo. Imágenes que llegan nítidas desde su memoria. Solo en su cama piensa que podría al menos recordar, una de sus noches, soñar que todo sigue donde lo dejaron.
Soñar incluso con algo mejor de lo que tenían. Activar sus mil sentidos y buscar en otros labios los besos ella, dejó de darle. Imaginar que se acerca a su cara, con sus ojos, los que hablan, con su gesto de malicia y de niña malcriada, y que de pronto olvida su manía de no besarle. Y que de pronto roza con sus labios su nariz. Sonríe. Muerde su mejilla, luego su oreja, para volver por la comisura de sus labios, introducir su lengua por un lado, buscando abrir poco a poco su boca hasta hacerle perder el aliento.
Mete su mano por el pantalón del pijama, directamente. No puede tener preámbulos, no existen los besos, los abrazos, las caricias ni los juegos. Así es el sexo unipersonal, directo y frío.
Aprieta con rabia su sexo y llora. No pudo retenerla y continúa...
¡Cuántos huecos dejaste en mi vida, amor!
Sus manos, imitan un sexo, el que recuerda.
Boca abajo, esta noche, la imitó.
Intentaré que mis manos no sean parte de mi cuerpo, intentaré que mi mente pueda abstraerse tanto, que la imagine a ella. No a esta almohada fría, no a este colchón, ella, era, todo para mí, pero a veces, uno lo tiene todo y busca algo más. Y buscando, me encontró ella.
Y se fue.
Mueve su cuerpo, lento.
“Es más difícil llegar solo, tendrás que emplearte bien”.
¿Quién habla?, es un de sus consejos. Continúa dando consejos aunque no esté. ¡Cómo me gustaría cambiar el pasado! ¡cómo me gustaría poder borrar el recuerdo de esa noche, el mal recuerdo de tu descubrimiento!
Aquel día me pasaste la frontera y te me dejaste en el país de los otros.
Nunca más seré su hombre, lo se.
Como me gustaría clavarla, cual hoja de acero delincuente se clava en el vientre de su víctima, para luego, apretar mortalmente, una y otra vez. Muerta por mí placer.
Continuo, cada vez más rápido, ya no recuerdo nada, sudo bajo mi nórdico, ¡qué alguien me quite esto!, no, no puedo, mis manos están ocupadas, una, a puño cerrado, la otra tapando.
Más rápido, embestidas más fuertes, esta noche, no tengo que pensar en satisfacer a nadie. Embestiré con fuerza, con rabia, con dolor. El dolor de haberla perdido, por querer abarcar más de la cuenta, el dolor eterno, de verla caminar, sola, o de la mano de alguien, que la cuide, que la mime, que la bañe, que le ponga color y decore sus días.
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