lunes, 11 de marzo de 2013

YO NO DEBERÍA ESTAR AQUÍ

Mi madre pesó un quilo ochocientos gramos en el año cuarenta y tres. Se la dieron a mi abuela en una caja de zapatos con algodones, para que se muriera. Solo cabía esperar, no se podía hacer nada por ella. Durante el embarazo solo comía el caldo de cocer cáscaras de patatas, las cáscaras se las daba a su hijo. No tenía ni leche para amamantarla.

Pasó la noche velándola, esperando que muriera. Cuenta mi abuela, que como le daba lástima se la puso en la teta. Apenas podía mamar ni llorar. Y así, pasó la segunda noche en vela, esperando que muriera. Con su manecilla cogida, sin ni siquiera llorarla. No la conocía, era simplemente un feto que no nació muerto.

Pero la niña no se moría. Cuenta mi abuela que el tercer día pensó: “voy a dormir un poco, de todas formas si se muere y estoy durmiendo, ya mañana veremos”.

Durmió a su lado y no se murió.

Y así, pasaron sus días y sus noches, esperando que muriera su hija, y no ocurrió.

Yo no fui producto del amor, ni mucho menos. No fui una hija deseada. No pretendo dar lástima, soy como mucha gente, un descuido.

Solo soy producto de un preámbulo, ni siquiera se puede llamar amoroso.

Me agarré al útero de mi madre, y aquí estoy. He visto la muerte de cerca más de siete veces, por lo que si fuera un gato, ya me habría muerto, supongo. Y sigo aquí.

Hay días en los que me gustaría desaparecer o dormir. Pero al día siguiente, sigo aquí.

Y es que es inevitable vivir, a no ser que seas tonto y te mates. Yo no. Yo dormir y que al despertar, mi mundo sea como yo lo pinto recién levantá, que simplemente me dejen vivir en paz.

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