No importa el mensaje, ofende si el emisor es ofensivo.
Agrada si es un agradable emisor. Daña si puede. Produce indiferencia si es
repetitivo, sea cual sea el mensaje.
¡Qué pena las personas que emiten y emiten, y nadie las
escucha!
Lástima me dan los que ofenden siempre y no saben por qué.
Y los que no emiten y guardan, los que se pudren por dentro
y se tienen que oler.
Y los chinches, ¡y los chinches! Solo emiten y emiten, no tienen receptor. No
puedes emitir porque ves que ellos solo están esperando que dejes de mover la boca para seguir emitiendo. Son locutores, tú su música de fondo.
Otro día hablaremos de los receptores, que descuartizan e
interpretan los mensajes a su antojo. Que escuchan lo que quieren oír, que por
mucho que emitas un mensaje, siempre piensan que no es para él, que en realidad
el emisor no piensa lo que emite, que lo hace por cualquier motivo que el
receptor se adjudica a su antojo.
No pienso perder más el tiempo en hablar de cosas que el
propio tiempo aclarará. Puedo estar equivocada, por lo tanto, si callo no
yerro.
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