martes, 30 de diciembre de 2014

EL DOLOR PARA MÍ

Cuando mis hijos eran pequeños y se hacían daño, yo les decía: 

-  Ven que te quito el dolor.

Les apretaba con la mano en el sitio dañado y empezaba a gritar:

- ¡Cuánto dolor, cuánto daño, cómo muele la mano!

A veces convulsionaba y ponía cara de mucho daño. Con gritos sordos y mucho teatro.

El chiquillo comenzaba a sufrir por verme así y olvidaba su dolor.

Recuerdo que cuando retiraba la mano, ya no le dolía, y venía a darme besicos para curarme a mí, diciendo: 

- Ya ta, ya ta...

Algunas veces le disparaba el dolor al hermano, que hacía lo mismo, se retorcía por el suelo de dolor y nos partíamos de risa.

¡Qué bonicos! ¡Cómo nos quieren los hijos!¡Cómo los queremos! ¡Qué amor más incondicional! Puedes ser pesada, hablar mucho, leer poco, tirarte pedos, sorber mocos… da igual, tu hijo te quiere aunque esté adolescente perdío.

Es cierto que a veces te apresa el egoísmo y piensas:  ¿Y a mí cuando me curan?

Pero con el paso del tiempo, te das cuenta de que tu medicina es esa, curar el dolor de los otros, aunque a veces te duela.

Yo soy muy feliz así. No me duele ver como otros levantan la cabeza mientras yo sigo en el mismo lugar. Soy feliz aquí. Tengo mucha suerte, tengo trabajo, salud, una casa preciosas, unos hijos maravillosos, una familia y muchos amigos que me quieren de verdad que lo se yo.


¿Qué más se puede pedir?

LVM

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