miércoles, 17 de agosto de 2011

HABLA VENUS QUE NO TE CALLAS.

Despertó en su terraza… sola. Durmió muy bien, fresquita, con el tintineo de los murciélagos y el sonido lejano de los aviones. Aviones que llevaban y traían corazones vivos. Había dejado al dormir una luna que comenzaba a menguar, pero que lucía un esplendor, una redondez llena. Llena como ella. Ella estaba llena, completa, tranquila.

En su lugar estaba Venus, la madre de su vieja. En realidad la luna también estaba, pero no se veía, brillaba y brillaba su estrella guía.

Había conseguido salir de sus 33 metros a pesar de que no estaban sus hijos. El día anterior, una película le hizo comprender todo: Se bañó mientras la veía desde su portátil, muuuuucho rato. Se llenó de crema los ojos, la cara, el cuerpo. Lento, lento, mientras miraba esas imágenes. Se lió un cigarro de tabaco, le salió demasiado gordo para su gusto. Y buscó la respuesta: Al final, casi duda un poco, la canción del final le mandó un mensaje pero finalmente tomó su decisión.

No se lo contaría a nadie, nadie conocería ese secreto, pero ya estaba marcado su futuro, todo por una película que la hizo llorar, reir, y que casi le obliga a tomar una de sus pastillitas rosas: las pastillitas de la risa, las pastillitas que evitan su muerte súbita. ¿Para qué tanto miedo a la muerte? La muerte siempre está presente, pero también la vida. No vas a dejar de vivir pensando en la muerte, estarías muerto, serías un muerto viviente. Llevando siempre en el bolso las pastillitas que frenan a ese corazón loco, no hay problema.

Continua el tintineo ahora mismo, mientras escribo, llevé mi portátil a la terraza, solo su luz ilumina mi cara, son las seis de la mañana. Voy pronto a trabajar, pero antes…

Pasaron muchos días, meses e incluso años. Sus vidas habían cambiado a la velocidad de todos estos días. ¡Imagínate! ¡cuántas cosas se perdieron el uno del otro!. Pero debía ser así: Él, debía aprender a ser feliz por si mismo, por las cosas que él hiciera, muchas estaban en marcha, y muy buenas. Como él. Solo le faltaba el convencimiento de que siendo feliz, haría felices a los demás. Debía ser feliz incluso cuando las cosas le salieran mal, sonreír incluso cuando se pegara un martillazo en un dedo, risa de dolor, pero risa no fingida, es que te sale del miedo, del dolor, … al menos a mi me pasa.

Seguro que conocía el caso, como yo conozco el caso de mi tía de Valdepeñas. Personas buenas que han pasado por desgracias innumerables y que con su firme decisión de ser feliz de nacimiento, han salido adelante. Con un pequeño halo de tristeza… con mucha pena guardada en el corazón, pero feliz. Sonriendo, contando chistes, hablando de las cosas que diariamente le pasan buenas e intentado guardar bien escondido el recuerdo de su hijo, su marido… etc. Etc. Porque hay que decir etc. Etc. con esta mujer, y por eso la admiro tanto, y por eso la tomo siempre de referencia, porque es la suegra que siempre quise tener, lLa madre que todo el mundo que tiene madre sin corazón querría tener. Yo hoy estoy enfadá con la mía, pero tiene su mismo corazón, por eso no echo de menos una madre, solo una suegra como ella.

Se encontraron por casualidad aquella mañana fría de invierno. Ella le pidió por favor, que si la veía que la saludara, solo eso. Y así fue, dos besos, y en el proceso, ella posó su mano derecha sobre su corazón izquierdo. Conversaron de unos segundos, esperando respuestas ambos. Y siguieron su camino, caminando.

“¿Sabes? Me operé el otro día, me quité el corazón malo, aunque a veces me río cuando estoy llorando”

“Muy bien que haces nene, vete preparando, porque a partir de ahora todo el mundo querrá estar a tu lado, llamaran a tu portero, te pararán caminando, y llegarás como yo siempre tarde al trabajo. Ahora sí eres feliz, ¿eh? Te lo dije nene, en aquel relato”.


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