NENA, HAZME ARGO

Un maestrillo trabajando de hortelano. Que panzá de currar con los amigos en la huerta. Come, bebe, come otra vez, habla y bebe, que no hay que conducir. Llega a casa y cuando arriba a casa, la puerta de la cochera no se cierra. Ese peazo maestro, saltando pa cojerla, con unas copillas de más, cantando… “Algo pequeñito, uo uo uoooo “, cuando de pronto se le enciende la bombilla.

¡Claro!, informado como está de todas las normas de seguridad, transgrede las mismas a conciencia. ¿has visto aquí a un guardia civil? No. ¿estoy al volante? No. ¿puedo matar a alguien? Si, a mi mismo.

Coge una mesilla que tiene en ese gran trastero llamado cochera y canta de nuevo, una vez en lo alto: “sigo pequeñito, uo uo uoooo, muy pequeñito uo uo uoooo”.

Su tierna edad, arrugas tiene unas pocas, horas de vuelo en la escuela otras tantas y sobre todo un espíritu joven y adolescente que le hace ver desde la mesa, una escalera que lo está llamando.

“PONME A MIIII, PONME ENCIMAAA VERÁS COMO LLEGAS”.

Pues eso, que sucumbe a la tentación del angelito malo y tira a por ella. Y una vez la mesa y la escalera, cual trapecista se monta en el último escalón. ¿Llega? ¿No llega? Que más da, antes de poder tocar la puerta, en realidad todo era una trampa del diablo para conseguir su alma, la mesita que era muy chiquitita, uo uo uoooo, cedió.

La clavícula rota, urgencias, correr, menos mal que no le hicieron la prueba de alcoholemia, si no como dicen los delincuentes, 1,8.

Y pasan los días de dolor y su cerebro empieza a pensar en el sexo. Inmovilizado con el corsé, sacando tetillas y respirando solo cuando se lo quita, le quedan las manecillas colganderas como un dinosaurio.

Aburrimiento puro, inmovilizada la mano derecha, es de izquierdas el muchacho, puedes levantar el puño, pero nene, no puedes desahogar tus imaginaciones sexuales, tus guarrerías mañaneras.

La mujer lo baña con esmero, y él piensa. “¿se lo digo? No, que me da cosilla”.

Sigue con la esponja, mientras le habla de cosas cotidianas, él solo piensa en una cosa. Su neurona, la que todos tenéis, ha bajado al bajovientre, y ya no puede pensar en otra cosa.

“Nena”- la mira mientras pone cara de carnero ahorcado, cara de lastimica, la cara de pedir, esa cara que conocemos todas nosotras a mil leguas. Sube la barbilla lentamente, parpadea despacio, sonríe, y pega un pequeño golpe de cabeza señalando aquello. Aquello que lleva tiempo inactivo, aquello que… siempre le está llamando.

Esa mañana ella limpiaba con poca ropa, se contoneaba frente a él, mientras, inmovilizado no podía ayudar, solo mirar y mirar.

Coge un poco más de valor y le dice: “nena, hazme argo”

Ella piensa, no tengo yo bastante, la casa para mi sola, la comida, el quejita, el llorica que siempre le duelen las cosas mil veces más que a nosotras y encima, manda cojones, ¿Qué le haga algo? Está de broma. No puede ser.

Pero él insiste, con su carita, sus ojitos y su mirada de… lo voy a conseguir, si tengo que seguirla día y noche durante varios días… lo haré.

“Nena, hazme argo”- en la cocina, después de que lo bañó y lo dejó sentadito en el salón.

“Nena, hazme argo”- en el despacho, la misma cara y muchas risas.

“Nenaaa, andaaaa, hazme argo” – mientras ella está meando.

“Que no, ¡que me dejes!”

Pucheritos, labio bajero hacia fuera… “anda, nena, anda que yo no puedo. Yo lo haría por ti”.

Coño, eso si lo se y sin tener que pedirlo. Tú me ves inmovilizada, y dices: "esta es la mía, a comer conejo crudo que ahora no se me escapa”

“Nenaaa”-Silencio+caritas- “aanda…” y no se que fue, el amor o el humor. Pero la nena, al final… la nena le hizo argo.