Me encorajo cuando
veo que un malo hace daño a un bueno, tanto que tengo que llamarlo
tonto, al bueno claro.
A los malos los llamamos listos porque consiguen cosas sin escrúpulos para dañar.
Debemos
identificarlos y señarlos con el índice en posición estatua de
Colón.
Me da coraje, me
cabrea cuando un malo hace daño porque puede. Hay una formula
infalible contra ellos:
La indiferencia.
La indiferencia los debilita, es un arma
letal para ellos. Nosotros nunca seremos indiferentes para ellos, todo
lo bueno que nos pase será su mal.
Me cabrea, pero soy
la primera que debería llamarme tonta, a pesar de que los tengo
identificados, etiquetados y agrupados en mi archivo de malos, al
final, una voz interior me dice que quizás esté equivocada y una y
otra vez me acerco para ver que tal va su vida, esperando una
respuesta positiva, de cariño, de alguien que lleva días y días
reposando su veneno, esperando que te acerques para escupírtelo a la
cara.
Así son los malos,
y así somos los tontos.
Cada día soy más tonta, me confundo
y borro sin querer algunos contactos, espero que pronto no tenga ni
que hacerlo, porque estén tan lejos en mi vida como algunos, que ya
están muertos.
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