jueves, 16 de junio de 2011

MAMÁ, UN MONSTRUO EN EL ARMARIO

Nació de forma natural, asistida tan sólo por una matrona, sin dar trabajo ni tan siquiera para nacer. Dulce, risueña desde sus primeras horas. No lloró. Tan bella y tan tímida como una mariposa, vino al mundo en no sé que parte de él.



Vivía en una cabaña situada en la ribera de un río, en un gran bosque de acacias, virgen sin explotar. Su madre se dedicaba a la artesanía, que cada semana llevaba al pueblo y enviaban a Europa. Aisladas del resto del mundo, vivían las dos y con ellas un monstruo muy bueno y grande de anchas espaldas y poco cerebro, pero trabajaba la huerta, recogía leña y protegía a la familia de cualquier intruso. Juntos, jugaban por el bosque, mientras aprendía de él sus secretos. Senderos, atajos, nacimientos de agua, plantas y frutas comestibles. Debían aprender todo eso por si algún día se perdía o se quedaba solas, poder sobrevivir hasta que llegara la ayuda.



Pasaron mis primeros días de vida, ahora recuerdo, poco después de mi nacimiento. Tú dirás ¡Imposible! Pues es cierto. Son sólo imágenes entrecortadas, colores intensos de ropas, olores … pero los recuerdo.



Recuerdo el olor a aceite y cremas de bebé. Ahora lo sé, porque vuelvo a saborear esos olores. Era muy dichosa con mi monstruo, era muy bueno. Jugábamos durante horas en el baño, a barquitos, a pompitas, a disparar agua con la boca, a bucear. Él me llevaba en sus manos; yo aún no sujetaba del todo mis piernas.



Panza abajo, me cogía por la barbilla, en la bañera para que pataleara y me sumergía rápido para que aprendiera a respirar y luego, sentadita, con una pajita me hacía pompitas. Sí. Era el compañero de juegos perfecto. Todo lo que hacíamos juntos era así, como si fuera el último día de su vida conmigo, total dedicación. Mucha más atención de la que yo le prestaba. A veces, correteaba como un perrillo, mientras yo no le hacía caso, porque me llamaba la atención otras cosas, la tele por ejemplo. Era bastante pesado a veces.



Mamá nos regañaba, claro a ella le tocaba limpiar todas nuestras travesuras pero, yo las disfrutaba al máximo, era muy feliz. Recuerdo cuando me recostaba en el vestidor, como me hacía pedetes, como me ponía cremita por todas partes de mi cuerpo, con masajitos, canciones dulces de monstruo, claro, sin palabras, sólo sonido, no sabíamos hablar ninguno de los dos.



¡Cómo mordisqueaba mi cuello! Las tetillas, ¡Qué risas…. que ratos más buenos! Cómo me acariciaba con sus labios el ombliguillo y el toto. ¡Cuánto rato pasaba allí! Yo le pegaba golpetazos en su cabezón, era aburrido, cuando pasaba un rato. Pero él se paraba allí mucho rato, era un juego muy aburrido.


Luego me ponía mi pañalete y a seguir jugando, era el mejor monstruo del mundo.



Pasaban los días y los días, yo estaba muy contenta y no tenía miedo cuando estaba con él. Nunca me podría pasar nada malo con mi monstruo y todas las niñas del cole me tenían envidia.



Salía de nuestra cabaña, en invierno y verano montada en sus hombros. Yo para él era un mosquito. Siempre muy delgadita, con la piel muy blanquita y suave. Él fuerte, grande, era el mejor padre que podía tener, era mejor tener un monstruo que un padre aburrido como el resto de mis amigas. Nunca conocí a mi papá verdadero.



Para ir al colegio había que andar un camino muy largo que siempre en invierno se llenaba de barro, ramas y muchos charcos. El cole era una cabañita en el centro del bosque, donde acudíamos una vez en semana todos los niños y niñas de todas las edades a recibir clases de una maestra que venía de la capital.



Las demás niñas venían con sus papás en sus todo terreno y pasaban mucho miedo cuando sus coches patinaban y se tambaleaban en el barro con la lluvia o la nieve que congelaba sus motores al volver. Pero yo, no tenía ese problema, sonriente iba a casa a los hombros de mi monstruo, comiendo un bocadillo que me traía a la salida.



Risas y cariñitos, saltos y carreras, no tenían comparación con las fatigas y mareos que pasaban las otras niñas en sus coches. Volvíamos hablando mucho, bueno, él era un poco callado, pero siempre hacía tonterías y ruiditos que me hacían reír.



Recogíamos frutos en primavera y saltábamos sobre los charcos en época de lluvias, siempre a la vuelta que ya no había que ir al clase. Una vez en casa, tras recibir los regaños de mamá, me ponía mi pijama y me calentaba frente a la chimenea.



No recuerdo cuanto tiempo pasó, pero recuerdo el día en que mi monstruo, se volvió malo. Yo se lo decía a mi madre, que el monstruo se había vuelto malo, pero ella no veía al monstruo que vivía con nosotras, debía ser imaginario.

-        Mamá, hay un monstruo en mi armario.
-        Venga, niña, siempre pones excusas para no ir a la cama; los monstruos no existen.
-        Sí mamá, es mi monstruo, siempre ha vivido con nosotros: me lleva al cole, está en el armario y es malo.
-        Sabes que no es cierto, que los monstruos no existen, venga a dormir.




Tras cerrar la puerta, me quedé sola en mi cama, arropada hasta los ojos, sabía que ÉL estaba allí y ya sabía que había dejado de ser el monstruo divertido de siempre, algo en él había cambiado. La culpa era mía, ya no me gustaba jugar con él, a lo mejor me estaba haciendo mayor.



¿Ves? Ya se abre la puerta despacito, mamá está dormida, no me escuchará gritar. Si me quedo muy quieta, a lo mejor piensa que me he dormido y se va. Mejor así calladita, que no venga a por mí. Otra vez me tapa la boca con sus manos grandes, es por si se me escapa un grito, no quiere asustar a mamá. Con la otra mano me manda callar con un dedo.
Sí… ya lo sé, ya no gritaré, me da miedo pero no quiero asustar a mamá.



A veces sin querer, me tapa también la nariz, pero cuando se da cuenta pone bien la mano, no quiere que me muera sin aire, sólo quiere jugar.



¿Qué quiere hacer? ¿Por qué es malo ahora? ¿Será un juego? No me parece que sea algo bueno, pero quizás esté confundida.



Metió un dedo en su boca, lo relamió un poco y bajó por mi pecho, mi barriga, hasta mi toto.

¿Qué hace? Busca mi toto y me toca.

¿Será normal?

Seguro que todos los monstruos hacen eso con sus niñas. Y yo no lo sé.

Esa noche, sólo fue un rato, no quiso jugar mucho, y se fue.



Me quedé en la cama, con los ojos abiertos mirando el techo, mucho rato. No recuerdo cuando me dormí. Al día siguiente, todo había vuelto a la normalidad, mi madre volvía a jugar y a ver a mi monstruo, ya no lo negaba como aquella noche y él, era bueno otra vez, un buen monstruo. Pensé, ¿habrá sido una pesadilla?



Pasaron muchos días, ya casi no guardaba recuerdo de aquella noche.



Pero un día de primavera, cuando el sol apretaba, mi monstruo sudaba mucho, hacía calor. Nos paramos en un nacimiento a refrescarnos y beber. Jugamos con el agua, y nos sentamos a descansar. Yo le tocaba su cabezón y su cara, para secar el agua con mis manos. Estaba sonriendo como siempre, cuando de pronto su cara cambió.



Cogió mi mano y la bajó hasta su pito. Yo estaba asustada, pero no sabía si eso era malo. Tantas veces nos jugábamos a eso, nos tocábamos el cuerpo jugando, que esa parte, aunque nunca la ví, era normal
¿No?



Apretaba mi mano, para que apretara a su vez su pito y se movía muy rápido.Con su otra mano, cogió mi cabeza y me obligó a bajar. Restregó su pito por mi cara.
Eso sí que me dio asco, eso no era divertido, olía muy mal a sudor y pipí. Comencé a llorar y a gritarle que no me gustaba ese juego, ¡No me gusta! Hasta que por fin paró. Aunque pasó mucho rato hasta que paró, o por lo menos yo pienso que pasó mucho rato. Otros juegos eran divertidos y yo siempre quería jugar más, pero este, este era muy feo y se me hacía muy largo.



Me devolvió a sus hombros y comenzó a saltar y cantar de nuevo. ¡Menos mal!
Mi monstruo volvía a ser bueno.

 Ya no lo volverá a hacer, pensé. No va a pasar más. Pero no fue así, pasó una y otra vez. Y cada vez que ocurría yo pensaba, no va a pasar más, seguro que no. Es muy bueno, sólo que a veces, se pone malo.



Un día, comencé a notar que se me movían las tripas, como cuando tienes mucha hambre, pero acababa de comer.




 ¿
Qué extraño? Se mueve mucho. ¡SSSSHHH! No pienses eso, las niñas no pueden tener bebés sin tener ni novio. Había escuchado en el cole que si le das besos en la boca a otro niño, podías tener un bebé. Pero yo, ¡Puaj… Que asco! Los niños son todos idiotas y no dejaría que ninguno me besara.



Aquella noche pensé: quizás esta noche mi madre sí me crea. ¿Cómo es posible que no vea al monstruo, si está todos los días jugando con las dos? Incluso la ayuda en casa, a veces. Yo sabía que ya estaba en el armario, lo ví entrar y esconderse. Deseaba con todas mis fuerzas que se fuera, porque siempre que se metía en el armario, se ponía malo. Aunque después se volvía bueno.

-        Mamá, hay un monstruo en mi armario.
-        Siempre con lo mismo, nena, desde pequeña.
-        Mamá… Abre la puerta y lo verás.




Mi madre abrió la puerta del armario, pero no miró dentro. Sólo lo hizo para que me quedara tranquila. Pero ÉL estaba ahí, sin esconderse, sonriente de ver, como la engañaba ¡Que ciega estaba, que no lo veía!  ¿Sería verdad que era imaginario?

-        ¿Ves? Aquí no hay nada, venga a dormir ya, que estoy muy cansada, dame un besico.



Salió de mi cuarto. Me quedé un momento sola, tan sola y asustada. Me sentía tan tonta.

 ¿Estaría yo loca?

Se lo decía y se lo decía, una y otra vez  y no me creía. Me levanté de mi cama, me dirigí al armario, abrí la puerta con rabia y lo miré:


-        ¡Ves cómo si hay un monstruo en mi armario! - grité desde mi cuarto.

Él seguía allí, sonriendo pero malo, fue muy divertido para él.  Entonces se escuchó a mi madre que decía:

-        Cariñoooo, ¿Dónde andas? Ven a la cama, ya que luego te pones con la tele y te quedas dormido.
-        SÍ, ya voy, espera un minuto vida, que te acompaño.



Me miró con ojos de malo y por primera vez me habló mi monstruo susurrando para que no le escuchara mamá:  



- ¡VOLVERÉ!


LVM


1 comentario:

  1. yo lo hacia al contrario... primero se le cortaba la polla y luego el cuello. Cerdo!!!

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