miércoles, 25 de enero de 2012

BALDOSAS CONTRAPEADAS

Érase una vez una bailarina, que caminaba por un camino de baldosas unidas en aparejo contrapeado. Se encontraba una baldosa central y a continuación dos baldosas unidas por una yaga que coincidía con el centro de la primera baldosa.

Y así caminaba contenta, saltaba en la punta de su pie izquierdo, y el siguiente paso bajaba y subía en plié y en relevé. Saltaba con la puntera de su pie derecho, y otra vez de nuevo plié y relevé. La siguiente baldosa una vuelta, plié y relevé, la siguiente un gran salto con vuelta doble y una gran sonrisa para el público, plié y relevé.

Y así caminaba feliz por su ciudad.

Plié y relevé, vuelta, salto, plié y relevé, vuelta del revés, salto sobre dos pies, plié y relevé…

Al principio la gente la miraba sorprendida y la tomaban por loca. Nadie se extrañaba de los corredores serios, con cascos de música que miraban al suelo a cada paso. Siempre entrenaban en su ciudad. Pero ella era bailarina, no corredora.

Cada mañana hacía sus entrenamientos, hasta que un día, al colocar sus dos pies en plié, una de las baldosas se movió y le saltó agua sucia de la lluvia sobre su otra pierna. Le manchó sus medias blancas, y se quedó quieta y contrariada.

Tenía miedo de continuar su juego, pero necesitaba ese entrenamiento diario.

Apoyada en sus dos pies, no se quería mover.

Poco a poco, fue levantando el pié de la baldosa estropeada, y se mantenía de puntillas en la otra, con una pierna elevada y con miedo a continuar. Tenía miedo de pisar fuerte aquella baldosa, por si también estaba suelta y al final caía al suelo. Hasta que de pronto, la baldosa le habló:

“Puedes pisar fuerte, soy firme y resistente” – le dijo la baldosa que sujetaba su peso mientras la miraba sonriente desde abajo – “salta sobre mi, no tengas miedo, cada mañana te veo y te espero, que vengas a saltar sobre mi. Yo no tengo agua sucia de aguacero”.

La bailarina, miedosa, intentó colocar de nuevo los dos pies  en las dos baldosas. Pero de otra vez la baldosa estropeada escupía agua, y se tambaleaba. Finalmente y poco a poco, colocó sus dos pies sobre la baldosa fuerte y sonriente.

¡Que feliz!, la miraba y le hablaba, de lo mucho que le gustaba, de lo bien que le parecía todo, de cómo le alegraba cada mañana verla pasar, y de cómo la esperaba durante el resto del día y la noche, con la esperanza de verla de nuevo a la mañana siguiente.

“Si tu eres feliz bailando, baila, ven acércate”.

“No, para qué si estoy bien”.

“Vale” – esperó sonriendo de nuevo.

La bailarina tenía miedo de continuar su camino. Y allí se quedó, con su baldosa sonriente un rato. Comenzó a cansarse, y se sentó sobre ella.

“¿Y si zapateo flamenco sobre ti, que pasa?” – le preguntó amenazante.

“Si lo haces, te entiendo. Y si así descargas rabia y arte, te miro, te espero, aquí metida en mi agujero, pero sin agua sucia de aguacero”.

Y así pasaron los días, y la bailarina comenzó a reír, se ponía de rodillas, en cuclillas y en posición de india, y pasaban las horas hablando, riendo y escuchando. Y poco a poco se miraron a los ojos, y poco a poco acercaron sus labios, y la bailarina, de rodillas, acercó su cara hasta abajo, abrió muy grandes sus ojos y descubrió el secreto de aquella baldosa…

¡Era una baldosa payaso!


“Debes continuar bailando” – le dijo – “debes continuar tu camino, yo estaré aquí esperando para cuando vuelvas a casa, pero sigue saltando y blincando, que no todas las baldosas, tienen agua sucia debajo”.

Y la bailarina así lo hizo, cambió su dirección, y en esa dirección las baldosas, ya no estaban contrapeadas, sino en línea, por lo que los saltos que daba eran en punta izquierda y derecha, izquierda y derecha, izquierda y derecha …  

Izquierda, vuelta, derecha, salto, plié sobre esta baldosa, delevé sobre la otra, izquierda, derecha, izquierda, salto. Descanso.

Y así caminó en la vida, más deprisa que antes y recorrió largos caminos, sin ni siquiera cansarse.

Pero siempre volvía por la tarde, a buscar a su baldosa, a pasar la noche en vela, riendo, hablando, escuchando y amando.

Porque hay que amar y caminar, aunque a veces salga mal.

Desde entonces en esa ciudad, se ven corredores y corredoras, sonrientes cuando ven pasar a bailarinas y bailaoras… y bailaoreas, claro. Porque también entrenan a diario bailaoras de flamenco, que para algo ese camino en Andalucía está hecho.

En todas las ciudades, hay baldosas colocadas en aparejo contrapeado, puedes jugar con ellas, puedes ser bailarina o soldado, puedes ser un gran león que pone posición de acecho en una, y de ataque en las otras;  pero sobre todo no debes pensar que te miran.

No te ve nadie, y si miran que miren, y si dicen que digan, pero tu se feliz y diviértete en la vida. Y si ya estás un poco adulto y acompañas a tu hijo al colegio, no te olvides de este juego que te estoy proponiendo.

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