martes, 24 de enero de 2012

EL ESCALADOR

Y tras varios días de entrenamiento, su atención comienza a relajarse, ya no solo mira su bicicleta o sus pesas, o sus pies al hacer aerobic. Su visión comienza a expandirse por todo el polideportivo.

A lo lejos, un grupo de niños haciendo atletismo. Un monitor que no se ganó su respeto intenta sin éxito que no se les escapen por el recinto. Acude por un extraviado mientras los demás juegan a peleillas. ¡Qué desastre! ¡Qué risa!

Al otro lado baloncesto, chavalería. En la otra punta otro grupo y enfrente de pronto… descubre un puente rocódromo que continua hasta colocarse sobre su propia cabeza.

¡Cómo no lo había visto antes! varios grupos dispersos por la pared colgados en todas direcciones como arañas y de lejos, alguien que grita tonterías, con una gran sonrisa y mucha complicidad con sus compañeros. Equipado con su arnés, pide que le tiren un cabo. Aprieta su mosquetón y al levantar la mirada la descubre: ambos se descubren.

El pudor les hace apartar la mirada y sus semblantes se aserian y se sonrosan. Tira de la soga y se cuelga a si mismo. Su camiseta deportiva deja ver todos sus movimientos, todos sus músculos. Ahora ella mira, él está en otra cosa. En un segundo vuelve a buscarla y la sorprende mirándole. Se sorprenden y el despiste hace que él suelte el cabo que lo sujeta. ¡Al suelo! Todos acuden a auxiliarle, solo son unos metros, acostumbrado a sus desastres, con heridas en la frente, golpes y brechas con distintos años de antigüedad en su cuerpo, no le da importancia a la caída.

¿Despistes? ¿gafe? o demasiado observador, demasiado nervioso, demasiado explorador, con curiosidad inagotable en todas las cosas que hacía en la vida, desde niño, de por vida.

Ella oteaba entre la gente, acudió en su ayuda. No fue nada. Risas para todos.

Y pasaron los días y no coincidían. Miraban, buscaban, pero sus horarios eran irregulares. El tiempo que les dejaba libre sus trabajos y obligaciones familiares, sus otras aficiones que eran varias, sus amigos… De nuevo, otro encuentro, él esta vez al principio de su circuito, abría sus piernas y rastreaba la pared como si fuera en horizontal. ¡Que fuerza demostraba!. Su espalda desnuda esta vez, dejaba ver una pequeña desviación que era suplementada por una musculatura espectacular, decorada con algunos personajes tatuados.

No los conseguía adivinar desde su posición, uno en el vientre, otro en el brazo. Pronto fue descubierta. Parecía que estuviera vigilando todo el tiempo y así era. Pero su timidez llevada al extremo se percibía a una legua.

El trato con la gente que lo rodeaba, mientras se sentía observado, indicaba que este hombre no sería el primero en dar el paso. Ella, morruda de nacimiento, ya tenía preparado un juego.
Una vez se bajó del circuito, ella se animó a intentarlo. Pidió ayuda a sus monitores, que gustosamente le pusieron todo el equipo y le explicaron las nociones básicas, ante la atenta mirada de nuestro amigo, el amigo escalador que durante días fue despertando el deseo y que incluso pasaba envidia y celos de aquellos monitores que la tocaban y la amarraban y le hablaban desde muy cerca, mirándole a los ojos. ¡Cómo coqueteaba con ellos! ¡cómo de vez en cuando lanzaba una mirada al vacío buscándole! a él… a su escalador.

Comienza su ascenso, sus músculos y posturas para llegar a la cima también la delatan. Se hace ver la ropita interior, el color y la preferencia. ¿tanga o culot? ¿Algodón o licra? ¿Bragas deportivas? Solo su escalador la ve. Sus caderas se abren para llegar a aquella piedra ¡Qué flexibilidad! ¡Qué fuerza! ¡Qué aguante! Cómo se nota que no es principiante. Cómo se nota que toca varios palos del deporte o quizás de otras artes.

Pareciera que baila en el rocódromo. Creo que vi un golpe de cadera. Y continúa su ascenso y mi pantalón me delata. Me pondré la camiseta para poder llegar al vestuario sin levantar sospechas. Ya están bastantes cosas levantadas aquí. Sigue subiendo, lenta, sigue dando tiempo para llegar a su objetivo. Sigo aquí como un tonto, hipnotizado por su belleza. ¡Bruja mala que me embrujó!.
Cómo cuelga ahora bocabajo, como deja que sus cabellos caigan al vacío y sus hombros se muestren desnudos. Y sonríe y se pone a jugar con las cuerdas. Cómo se divierte sola esta nena.

Y me mira, ya no dejo de mirarla, ¡que me pille, que se entere!. Con su cara bocabajo vocaliza unas palabras. No alcanzo a entenderlas. Deja un papel metido en una de las piedras. ¿me va a hacer que vuelva a escalar? ¿Será posible? ¡Qué mala! Y se baja despacio. Y voy a reventar como los muertos por detrás. Me cago como se acerque. ¡Que no lo haga que muero!. Y pone los pies en el suelo. Y ni me mira. Se aleja. ¡Ufff, pasó el peligro!. Voy a ver que pone en esa piedra.

¡Una dirección de Internet, ¿Lengua qué?! Es su correo, voy ahora mismo a casa, que ilusión, como se lo curró. Solo para mí… para mi, nada más este papelito.

Y al bajar del rocódromo, descubre otro igual en el suelo. Y al caminar hacia el vestuario, otro compañero trae otro en la mano. Y en el vestidor varios comentan, “¿Qué es esto?” Y apareció todo el polideportivo, lleno.

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