martes, 24 de enero de 2012

EN EL SANATORIO

Tras varios tumbos por trabajos eventuales, este parecía un lugar donde encontrar estabilidad laboral. Le habían comentado que si aguantabas seis meses, te hacían fija inmediatamente. Eso no era difícil para ella, era una mujer muy fuerte.

¿Tuberculosis? Una enfermedad como otra cualquiera. El autobús la dejó en el pueblo más cercano, al pie del Moncayo. Pasaron a recogerla el personal de la residencia. Mientras el vehículo se acercaba a su destino, ella engrandeció su alma observando esa gran montaña; Pelada de vegetación, las nubes y la bruma se movían dividiendo la montaña en dos, haciendo que su copa pareciera una gran tarta con merengue, flotando en el aire.

Hacía un buen día, sol. Finalizaba el verano, el ambiente y la temperatura acompañaba al ánimo. ¿Cómo pueden decir que es duro vivir aquí? A ella le encantaba caminar y la naturaleza. Ella, sería distinta, no solo aguantaría los seis meses y conseguiría el trabajo estable que tanto necesitaba, sino que además, sería feliz ayudando a aquella gente.

La residencia estaba recién inaugurada. Antes era un hotel, antes de que viniera la guerra y el nuevo régimen la convirtiera en hospital. Equipado con los mejores medios y médicos, los enfermos tenían el máximo de posibilidades de salir airosos. Casi todo el personal venía solo a trabajar y luego se largaba. Sus guardias, sus consultas... pero todos por turnos. Lo difícil, era la plantilla que permanecía interna todo el tiempo. Ese era el trabajo que supuestamente nadie quería y que además estaba muy bien pagado. ¡Encima con casa y comida! Que más se puede pedir. Ella, soltera joven y bonita, pero sin familia. Todos murieron o desaparecieron o emigraron por uno u otro motivo. Todos, hermanos, padres y familia cercana. Estaba sola.

Los pasillos recién pintados, el personal amable y bastante familiar. Los enfermos… esa era la primera dificultad. Todos los enfermos que ingresaban allí, tenían pocas probabilidades de sobrevivir. No era una residencia barata precisamente y por eso, cuando un enfermo ingresaba, es porque ya, se habían agotado todas las demás posibilidades, por lo que estos enfermos estaban en su mayoría moribundos. 
Luego estaban los que disponían de dinero familiar y que en muchos casos no necesitaba ni tan siquiera el ingreso. Estos, eran déspotas y bastante maleducados. Estaban enfermos, no lo dudo, pero no eran conscientes y solo querían largarse de allí.

No pudo dormir su primera noche. Sus tímpanos transmitían información, que le agarraba el estómago y el alma. Su cerebro almacenaba uno a uno, los gritos, gemidos, toses, respiraciones entrecortadas, las corridas por los pasillos de sus compañeros de guardia. No se terminaba el trabajo allí. Los enfermos dormían de día, por lo que no existía la noche para ellos. Era como una fábrica a turnos, 24 horas. La actividad menguaba un poco, pero para nada se podía parar por el simple hecho de ser de noche.

Pasaron los días. La residencia estaba equipada con calefacción y se vivía bien. Se podía salir a la calle y pasear cuando el tiempo lo permitía. La montaña era acogedora. A pesar del frío, el sol estaba más cerca, por lo que si el Cierzo lo permitía, el lugar tenía buena temperatura y la naturaleza era amiga. Solo tenías que estar atenta y adaptarte a ella. Hasta con nieve podías salir, pero siempre que no la acompañara el viento.

Aquella noche, pasó algo. Ya se había acostumbrado a enterrar en el cementerio de la residencia, a muchos de los enfermos a los que los familiares no tenían dinero para trasladarlos. Habían agotado todo su dinero en intentar salvarlo, y después ¡que más da que descansaran en su tierra!. Un cuerpo es un cuerpo, y si lo entierras allí ¡que más da!.

Aquella noche, comenzó a comprender, que si da… que los muertos son muertos y solo son cuerpos, pero que su energía no descansa en paz, si no están en casa. Ellos morían con la idea de escapar de allí, y cuando terminaban sus días entre los vivos, encima no volvían a casa tampoco.  

Esa noche, algo no funcionaba bien. El frío de su habitación se le metía en los huesos. Su boca y  nariz echaba vapor, como una chimenea de un tren. Estaba tan fría la punta de su nariz, que no la sentía. Pero ya estaba en la cama, y estaba tan cansada que decidió no solucionar el problema. El frío aumentaba por momentos. Cada vez más frío… cada vez más. Sus músculos se engarrotaron y una especie de estado de semiinconsciencia, le hacía no solucionar nada y seguir en esa posición. Se cerraron sus ojos. Se heló su cuerpo. Su posición… la misma que la de un muerto.

Estaba muerta de cansancio, o al menos eso creía. El caso es que no podía moverse y su sangre se enfriaba más y más por momentos. De pronto, se abrió la puerta de la habitación, por fin alguien acudía en su ayuda. Era uno de las enfermeras de planta. Su boca estaba paralizada y su compañera la trataba de una forma extraña. ¿No me ha reconocido? Como no se extraña de mi estado. Abre la habitación y le habla:

“Carmen, ¿como estás hoy? Venga, vamos a ventilar este cuarto. Cada día te veo mejor”.

¿Carmen? ¿quién es Carmen? Ella no llevaba ese nombre. ¿Qué pasa? ¡Como es posible que no me reconozca!.

- “Vamos – continuó -  te está esperando el Dr. Núñez. Seguro que con el nuevo tratamiento todo mejorará. Ha encontrado nuevos medicamentos que seguro conseguirán buenos resultados”.

Comencé a mover la cabeza a los lados, indicando mi negación. No podía hablar ni moverme, no podía decir que no era yo esa tal Carmen, que no tenía nada, que solo me había acostado en mi habitación y la calefacción no funcionaba, eso era lo único, solo necesitaba calor. Una hipotermia, solo eso… ¡¿no me ves?!

Trasladando su cuerpo ayudada por  la camilla, para su compañera, era pura rutina. ¿La había confundido? Quizás era todo una pesadilla y despertaría pronto.

Al llegar al quirófano, el Doctor, hizo lo mismo. Saludó, y animó a su enferma. También me llamaba Carmen. ¡Todo era tan extraño!.

 “Te voy a poner un calmante, para poder trabajar bien. ¿Si?”

Mis ojos se cerraron de inmediato, llevaba toda la noche sin dormir, pero además al penetrar el líquido de esa jeringa,  se volvieron pesados como piedras. Pero mis oídos,  no.

El doctor conversaba con sus compañeros, ante la evidente sedación de su paciente, la conversación fluía con libertad.

- “No se si funcionará, no estoy seguro, pero el Sr. Gómez, no deja de presionarme para que su hija salga cuanto antes del sanatorio. Tengo que probar con Carmen, si le salva, bien, si no, pues será el pago por el tratamiento gratuito. Necesitamos el dinero. Muchos salvarán la vida, gracias a ti… Carmen. Has de sentirte orgullosa incluso de dar la vida por los demás. Recuerda que nuestro señor Jesucristo lo hizo por todos nosotros”.

¿Como era posible? ¿Que pretendía? Evidentemente este sanatorio era también de la caridad. En alas separadas, sin que se vieran siquiera, los pacientes con falta de recursos eran curados por caridad cristiana. Y con los mismos medios, con el mismo menú… todo era bastante sospechoso. Gracias a la caridad cristiana de algunos donativos que se producían con total discreción.

Evidentemente, la mortalidad en el ala de la caridad, era mucho mayor, aunque siempre se justificó por el mal estado en que ingresaban esos pacientes. Largas listas de espera, e incluso, también mucha influencias había que usar. La hija de la costurera, de un gran vinatero, el jardinero de palacio. Pobres pero con amos muy ricos, que también les echaban un cable y un donativo para su curación.

Pero no solo quedaba así la cosa, la ciencia tiene que avanzar, y avanza mucho más rápido si se trabaja con seres humanos. El equipo de investigación del hospital, tenía mucha experiencia con la tuberculosis, pero además eran muy atrevidos en sus tratamientos. Claro está, que primero se atrevían en el ala de la caridad, después si funcionaba… en la otra.

¿Quién sería Carmen? Cuanto sufrimiento. Mientras dormía, el tratamiento que le pusieron en el supuesto cuerpo de Carmen, fue tan doloroso, que ya solo recuerda la vuelta a la habitación.

Ya estaba todo arreglado, la calefacción funcionaba y se incorporó poco a poco de la cama.

“Menudo siestón te has echao, compañera”- le dijo Pili, una andaluza emigrada al norte en busca de suerte en el trabajo- “Llevas durmiendo tres horas al menos”.
Sobre la cama, y sin mantas, se había quedado helada, y eso había hecho que su pesadilla fuera !tan real!.

Salió al jardín, comenzó a caminar. Pensaba una y otra vez en ese nombre: Carmen.

Y caminando, al sol, volvió a coger buen cuerpo. No tenía turno de trabajo hasta dentro de un rato, y quería pasar ese tiempo, aprovechando el sol.

Caminando un rato por los alrededores, llegó hasta el cementerio de la residencia. Estaba bastante bien cuidado, flores frescas, limpieza. Se encargaba la propia residencia. Sus moradores no podían tener queja, solo que descansaban todos lejos de su tierra.

Como otro entretenimiento, lo hemos hecho todos, comenzó a leer nombres y fechas: Agapito … ¡que pequeño solo tenía seis añitos!, Antonio… sesenta y ocho… y así hasta que llegó a un nombre y su vello se erizó nada más leerlo: Carmen. Tan solo tenía veintiséis años. “Tus compañeros te recordarán siempre” rezaba la inscripción en la lápida

 ¡Era una trabajadora del hospital!.

CONTINUARÁ…

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