sábado, 7 de enero de 2012

EL ESPEJO

Ayer fui al museo con mis niños. Tras ofrecer un euro al indómito, a mi gitano,  por hacer el trabajo que le proponían y portarse bien, me mira con cara de asco y de dice:

- ¿Por un euro? ¡Qué va!

Un amigo le ofreció una recompensa mayor y se portó bien. Bien tratándose de él.

Al final, no pudo ser recompensado y arremetió con la poca vergüenza que le caracteriza.

-    Entonces me das el euro.
-    No, no hiciste tu trabajo.
-    Tu amiguito que me ha mentido, me ha dicho mentiras pordioseras.

Eché mano del viejo truco de los diez puntos. Si suspendes el examen, no jugarás con la play esta tarde.

Y juega a peleillas con otro niño y pierde un punto. ¿Cómo puedo recuperarlo?

Jugando conmigo al espejo. Esa madre con mando a distancia, consigue que levante las piernas, aplauda con cara de duende, hurgue su nariz e intente pegarme un moco, gesticula tacos, los míos y otros que inventa, es un espejo con su propia autonomía.  Y cuando ya se aburre comienza a hacer el espejo con su amigo. Y pretendía hacerlo con el maestro, para no dejarlo trabajar.

Desvié su atención hacia un personaje, que con traje y todo, vigilaba el recinto. Con sus manecillas puestas en el vientre lo miraba. Y se le escapaba alguna risa con sus dientes separados y sus ojos extraviados. Contagiaba de la risa al pobre trabajador y claro el espejo hacía de espejo.

Y le pregunta al espejo, pero éste contesta sin voz, es un espejo. Gesticulando sus propias palabras sin voz y más deprisa. De vez en cuando me mira… risas, risas, risas.

Minutos inigualables en sus dos vidas, la del niño y el trabajador. ¡Qué gran regalo! Salir de la rutina diaria con un loco bajito. Vamos un video cinco estrellas en el You tube.

Pero esto no es lo más difícil que se puede hacer jugando al espejo. ¿Un niño sólo? Pecata minuta.

Atrás quedaron los días en los que todas las semanas jugábamos al espejo, no con un niño, ni dos… sino diez. Y no en un recinto controlado… en el Corte Inglés.

Todos pensarán que no tengo disciplina. Pero esta educadora loca, actúa siempre al revés. Es un gran gesto de disciplina, poder entrar en un gran almacén con un grupo de niños y niñas tan grande, y que todos cumplan la norma establecida de antemano.

Podemos hablar, podemos tocar, podemos bailar pero al final, cada cosa en su lugar. No nos pueden regañar, porque no daremos motivo.

Y a la cabeza del grupo, el más especial. Un pelín hiperactivo pero controlado por su medicación, su genialidad es insuperable por las demás mentes infantiles pero razonables. Carente de pudor, saluda a una chica que le informa con detalle de una oferta en la segunda planta.

-  Esto para que es … ¿dónde?...¿cómo?... gracias.

Sobre todo, educación y respeto en el juego. Y tras él otros nueve niños que han de hacer el espejo al primero, repetir todo lo que diga el compañero de delante. La cara de sorpresa de la chica al ver al segundo, se torna sonrisa con el tercero y el cuarto, y al llegar al final de la cola ¿una adulta? No puede ser, no pudimos hablar, carcajadas y sudor frío por mi parte, provocado por la poca vergüenza que conservo de nacimiento. Poca, todo hay que contarlo, bastante poca. Y en las escaleras mecánicas, un tropezón real del cabeza de tren. ¡Si es que vas como un loco!

Un adulto hace un gesto de ayuda, solo un momento, pero desiste al ver que otro niño tropieza, y otro, y otro y otro. No olvidaré su cara, era yo la última y me tocó tropezar.

Y otra vez la cabeza del grupo, no controla el tono ni el volumen de su voz. Olvidando por un momento el juego en el que está metido, me grita para que yo le escuche que estoy al final.

¡POCAGUAAA! ¿AHORA DONDE VAMOS?

No me dio tiempo a mandar guardar silencio, otros nueve gritos de consulta le siguieron y la risa se apoderó de mí.

Todos de espaldas y la escalera mecánica seguía subiendo.

¡MIRAD PARA DELANTE QUE NOS CAEMOSSSS!

Y la siguiente escalera, movimiento de culito. Y la siguiente baile estilo Fiebre del Sábado noche. Y los encargados de la seguridad del recinto, sin saber que hacer.

¿Intervenir? ¿Porqué? No hay motivo, van acompañados de un adulto.

Y doblar las esquinas de los pasillos haciendo el robot. Y poner las palmas de nuestras manos en la vitrina de las joyas, con gesto de sorpresa, aspirando aire, para luego decir:

¡QUÉEEE BONITO!

Mientras la dependienta nos mira, con cara de pocos amigos.

Y al salir agradecimientos a la chica que nos informó al principio. Uno a uno y con la misma frase:

¡Me ha gustado mucho lo de la segunda planta, gracias!

Y otra vez, y otra vez, y otra, y al final, nuestras miradas se cruzan, ya no se puede contener la risa. No pude hacer el espejo. Seguro que ese día, lo recordará con añoranza y mucha ternura esa mujer. La sacamos de su rutina de trabajo por unos minutos. 

Por fin en la calle, un pellizco en el estómago y un suspiro de alivio. Felicitaciones a todos, volveremos ha hacerlo la semana que viene, si nos quedan unos minutillos mientras vienen los padres a recogernos.

Por su puesto, para cruzar la calle hasta el local, el espejo. Esta vez, imitamos al muñequito rojo que nos indica parar. Todos con su misma postura. Por su puesto, el muñeco verde, tiene otra diferente, que también imitamos de uno en uno. Y los ocupantes de los coches que esperan su turno, buscando la cámara oculta.

¿Vosotros fuisteis alguna vez tan libres y disciplinados de pequeños?

Los niños y niñas de POCAGUA, si.

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