martes, 3 de enero de 2012

SHERI, EL GATO.

Nació en un frío solar. Mojado por el vientre de su madre y sin visión, solo podía intentar sobrevivir. Le pusieron de nombre Sheri, que significa débil y pequeño, por ser el guarín de la camada. Sus ansias de vivir, le hicieron buscar el calor de su madre y su tetilla, a pesar de la fuerza de los demás, él tenía otra cosa, resistencia y tenacidad. Rodeado de sus hermanos el ambiente era muy acogedor.

Gracias a los cuidados de su madre, poco a poco Sheri abrió los ojos. Su hogar era pobre y frío. Su casa no tenía ventanas ni techo, pero el amor reinaba entre ellos y lo hacía parecer un verdadero hogar.

Sheri fue creciendo, envidiando la suerte de los gatos que vivían con los humanos. Con collares preciosos y cascabeles colgando del cuello, alimento y mucho cariño.

Él no tenía nada y eso lo hizo fuerte.

Era un gran cazador, conocido entre todos los gatos del barrio porque cazaba, no solo para él, su madre y sus hermanos; además, cuando se enteraba del nacimiento de otros gatillos, arrimaba a esa madre alimento para que siguiera amamantándolos.

Se convirtió en un gato grande y fornido, altivo y conquistador. Sus patas eran duras y sus saltos imitados por todos los pequeños. Siempre rodeado de gatillos que lo admiraban y se entretenían en las frías noches de invierno, escuchando sus hazañas.

Era feliz, no necesitaba más.

Hasta que un día, una preciosa niña se le acercó. Quedó deslumbrado por la belleza de aquella humana que lo miraba con ojos de ternura, a pesar de ser él, un gato fuerte y con aspecto de pocos amigos. Ella solo veía un gatito tierno y cariñoso.

Poco a poco se fue relajando con ella, dejándose querer. Ella lo cuidaba y lo mimaba con mucha dulzura y algo de miedo ante sus aspavientos. De vez en cuando aquel gato salvaje explotaba, soplaba y bufaba agobiado por sus mimos.

Compartieron juegos y comida, aprovechando al máximo los momentos en que ella salía a jugar a la calle. Pero sin querer empezó a echar de menos, esos momentos donde no estaba. Ya no disfrutaba de la cacería, ni del resto de los juegos con sus gatillos y otras gatas del lugar.

Solo ansiaba dormir tranquilo en el regazo de aquella niña, que lo alimentaba con manjares exquisitos, lo bañaba y le quitaba los bichos que anidaban en su pelo.

Su espíritu se fue apagando. El cazador y el gato fuerte que siempre había sido, dio paso a un gato doméstico que vivía en la calle.

Pero aquella niña tenía una madre, que no quería tener animales en casa. Además temían por la vida de un pajarillo que vivía desde siempre en con ellos, libre.

Se fue debilitando y apagando, incluso dejó de comer. Sus amigos le arrimaban alimento, pero él ya no podía comer de esas cosas, había probado la comida caliente, el sabor de un buen trozo de carne fresca, ahora, todo aquello le parecías asqueroso.

Ella, le bajaba comida a diario y pasaba ratitos jugando con él. Pero los momentos ausencia, eran mucho más largos que los pocos ratitos que su mamá la dejaba bajarse a jugar a la calle. Y el resto del tiempo, se lo pasaba maullando y rondando la ventana de la niña.

Hasta que un día, no bajó más. Y otro día más sin su presencia. Y otro. La niña creció y comenzó a tener otros entretenimientos, dejando aquel gatillo abandonado.

Sheri se hizo aún más fuerte, ahora también de corazón y alma.

Solo le quedó seguir con su vida y odiar el momento en que la conoció. Desde ese día dedicó todo su esfuerzo, a intentar que los gatillos que crecían en su barrio, no fueran alimentados por humanos, ni se acercaran a ellos. Para ello contaba historias fantásticas, donde los humanos eran seres horrendos que ofrecían alimentos con veneno para aniquilar a su raza, la de los gatos callejeros.

Por eso, cuando hoy te encuentres un gatillo callejero, no dejará que lo toques y erizará su lomo al verte, porque conoce las historias que aún siguen contando los viejos y que durante generaciones se transmiten de padres a hijos.

Cuando veas un gatillo callejero, no lo alimentes, no lo toques, no le des cariño si no es para siempre.  No aprenderá a cazar si lo alimentas y su vida será miserable. Dejará de ser un elemento libre y necesario en la cadena de la alimenticia.

Déjalo vivir su vida que es mejor incluso que la tuya. Aunque sea corta, aunque pienses que come ratas y basuras, aunque viva con frío, sin techo y cargado de parásitos, es más feliz que todos los gatos domésticos del mundo juntos, que han de pasar por veterinarios y llevar un cascabel colgado del cuello, escuchando el sonido continuo y sin poder oír los sonidos de otros gatos y gatas que aúllan en las noches de mi barrio. 

No podrán pelear por su territorio, ni amar y tener hijos con otras gatas vecinas.

2 comentarios:

  1. Jo, qué bonito y triste a la vez :(, si llego a ser yo esa niña... seguro que Sheri está aquí con Lula y con Nina :D

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  2. Esto iba a ser un mensaje solo, una nota que dijera:"pasa de mí y vete a cazar a la calle" pero mira, me salió un cuento para niños que al parecer gusta mucho, es de las cosas más leidas de mi blog.

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